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Tirando la basura anterior
Rumbo a Villanueva
Desear en general a todas las personas, pero particularmente a las que uno estima y quiere, que el año que inicia sea bueno o mejor que el anterior, forma parte de la tradición y la costumbre. Quiero suponer que la mayoría lo hacemos porque verdaderamente deseamos que todo vaya mejor. Sin embargo, no faltan quienes expresan tales deseos sin sentirlos verdaderamente. Los dicen solo porque es lo que hay decir en estas fechas y se sienten obligados a hacerlo. Es algo parecido a cuando a uno le preguntan, ¿cómo estás? Por lo regular la respuesta automática es: estoy bien, a pesar de no estarlo o no del todo. Lo mismo sucedió durante la pandemia. No obstante, el miedo, el estrés y la incertidumbre causada por tanta muerte atribuida al sistema depredador, la respuesta general siguió siendo la misma: estamos bien…
En México hace años que las cosas se torcieron; que un número creciente de personas no están bien. La vida es cada vez más infeliz para millones. Y claro, por razones estrictamente atribuidas al sistema social, esa infelicidad de millones explica la felicidad capitalista, esa felicidad mercantil y consumista de una minoría social que nada le preocupa y que no está dispuesta a reducir ni un milímetro su confort.
Entonces, en estas circunstancias, ¿cuáles son las posibilidades reales para que este año (2023) y los que siguen sean mejores, tal y como lo deseamos y lo necesitamos? Y, por otro lado, pero estrechamente vinculada con la pregunta anterior, ¿estamos prestos a hacer lo necesario para que tal deseo se cumpla?
En general considero que, exceptuando a la minoría social que se encuentra en el poder económico y político y quienes aún alcanzamos a disfrutar de los últimos trozos del sistema de derechos sociales herencia salvada de la vieja Revolución mexicana, para todos los demás, es decir, cuando menos para 80 por ciento de la población, este sistema, carece de posibilidades reales para que puedan vivir un mejor año y una mejor vida. No se trata de buena voluntad ni de buenos o malos gobernantes. Se trata de que este sistema está diseñado para que solo unos pocos vivan bien a costa de todos los demás.
¿Estamos condenados entonces a vivir de esta manera? Sí y no. Sí si seguimos siendo presas del sistema de dominación que nos ha deshabilitado para poder pensar y construir otras formas de vida. Sí si seguimos pensando que “más vale malo por conocido que bueno por conocer” o si seguimos afirmando que como no hay propuestas alternativas concretas, entonces hay que seguir esperando lo imposible: que un día este sistema sea un poco mejor.
Pensar así significa que la fuerza del sistema de dominación es tanta que ha demolido la criticidad de nuestro pensamiento al grado de que se nos hace más sencillo imaginar el fin de este mundo, que imaginar que podríamos construir otros mundos y formas de vida diferentes. Se nos sigue convenciendo de la imposibilidad de que la vida puede ser también sin el mercado capitalista; sin Estado, sus instituciones y su política de espectáculo.
Desde otras perspectivas no estamos condenados a tal futuro si nos liberamos de ese dominio y colonialismo de nuestro pensamiento y subjetividad que nos permita ver que otras formas de vida ya existen en México, por ejemplo, en los pueblos originarios, y que de ellas podemos aprender para vislumbrar otras posibles formas de vida que podríamos construir individual y colectivamente en este monstruo urbano que ya no merece el nombre de ciudad.
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jl/I