INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Directoras

Aquello que leemos, que vemos, que escuchamos; eso que elegimos, que preferimos, que deseamos está marcado por nuestras experiencias personales. Son gustos que se han ido formando con los años, que nos enseñan como parte de nuestra educación, que descubrimos en la adolescencia o la juventud, y lo vamos haciendo nuestro, una parte de nuestra personalidad, de lo que somos, de lo que otras personas recuerdan de nosotros.

Si vamos más allá, todas esas preferencias, como un libro, un disco, una película, una pintura, se pueden convertir en un posicionamiento político. Pueden transformarse en una manera de hacer ver nuestras convicciones, de mostrar aquello por lo que estamos peleando en ciertos momentos de la vida.

Cuando 2024 empezaba me puse a pensar en cómo podía tener una nueva visión de uno de mis grandes placeres, que es ver cine. La casi infinita cantidad de producciones cinematográficas que ahora tenemos al alcance es increíble, con la opción –a diferencia de lo que hace muchos años nos trajo la televisión por cable– de poder elegir cómo vemos esas películas: la hora, si es de corrido o en partes, si es un día en particular, si es en su idioma original o doblada a algún otro, e incluso de detener la reproducción y dejarla en el olvido, para retomarla meses después.

Con esto en mente, el año pasado hice un ejercicio: una vez a la semana ver una película dirigida por una mujer, para, al final, haber visto al menos 52 obras diferentes. Y lo logré. Debo decir que al menos otras 10 se quedaron en la lista para ver, a las que espero darles salida en algún momento de este año.

Se ha documentado que, desde hace siglos, las mujeres han sido relegadas de ciertos sectores. La creación artística es uno de ellos. Mujeres que debieron usar seudónimos masculinos para escribir, que se convirtieron en pintoras fantasma detrás de sus compañeros hombres, quienes presentaban las obras como suyas, por ejemplo.

Entonces, ver cine dirigido por mujeres fue no solo ver la película. Fue buscar a esas directoras, leer un poco de su vida, conocer aunque sea una parte de lo que hacen.

Intenté que además aquello que veía también fuera variado, porque respecto a dónde se hacen esas películas y del origen de las directoras hay una sabida dominación anglosajona.

Vi siete películas mexicanas. La película más antigua que vi fue Muchachas de uniforme (Alemania, 1931), de Leontine Sagan. También cuatro animaciones y tres documentales estuvieron en la lista. Los países más alejados que conocí fueron Zambia, Nigeria, Georgia, Vietnam y Tailandia.

Las gratas sorpresas fueron muchas, mientras que otras películas, en diferentes circunstancias, no las habría terminado, pero verlas completas era parte de la convicción de oír esas voces de mujeres que tienen historias por contarnos.

Mis favoritas: Buena suerte, Leo Grande; The Party; No soy una bruja; Promising young woman y Ninjababy.

Todas esas historias me hablaron de amistad, de encuentro, de maternidad, de búsqueda por una vida mejor, de transformación; me contaron de duelo, prostitución y explotación; de ciclos de violencia, personas desaparecidas, acompañamiento en el dolor; me llevaron a la intimidad de un hogar, a los ciclos familiares, a los amores posibles e imposibles, en esta u otra vida.

Porque la forma de ver y disfrutar el arte también puede ser una manera de hacer frente al mundo dominante.

De resistencia.

X: @perlavelasco

jl/I