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Develar

El fin de semana pasado fui al cine a ver una película que, con motivo de sus veinte años, fue restaurada y reestrenada. Oldboy, filmada en 2003 por el director surcoreano Park Chan-wook, la vi hace unos 15 años, rentada en video, así que verla en la pantalla grande fue una experiencia que realmente disfruté, que además me permitió mirar la historia y los personajes con otra perspectiva, la que da el tiempo y ya conocer el final. La repulsión, el desagrado, el rechazo, la intriga, el amor, el deseo, la venganza…

Cada que veo una película de ese tipo, que no suelen ser tan comerciales y que en el mundillo fílmico se les conoce como “cine de arte”, “cine de autor” o “cine independiente”, me doy cuenta de que debo agradecer mucho, muchísimo, al canal jalisciense de televisión y el trabajo que hizo hace 20 o 25 años.

En la casa familiar nunca tuvimos servicio de televisión por cable, esa que te permitía tener decenas y decenas de canales a disposición todo el día, de todo tipo, para todos los gustos. De hecho, sólo tuve ese servicio un tiempo muy breve, cuatro años a lo mucho, pero ya adulta y cuando viví fuera de Guadalajara.

Así, mis accesos para ver películas eran tres: el cine, al que mi mamá me aficionó y compartía conmigo cuando se podía; la permanencia voluntaria dominical de Televisa, con miles de comerciales, y el Sistema Jalisciense de Radio y Televisión, con su Canal 7 y sus películas a las 4 de la tarde y a las 10 de la noche (si mi memoria no me traiciona).

Fue en este último donde descubrí que había más que aquello que transmitía el Canal 5 las tardes de los domingos o que llegaba a las contadas salas de cine que había hace 25 o 30 años en Guadalajara. Supe que existían formas diferentes de contar historias, de diferentes países, de distintos géneros, de tantas y tan variadas visiones que jamás podría terminar de ver.

En esas funciones prácticamente sin interrupciones me enamoré de la que es, hasta ahora, una de mis películas favoritas, Im Juli, del director alemán Fatih Akin; pude toparme con la inquietante Bitter Moon, de Roman Polanski; estresarme con Naranja mecánica, de Stanley Kubrick; sentir la desolación de Irreversible, de Gaspar Noé; encariñarme con Lost in Translation, de Sofia Coppola; sorprenderme con Cronos, de Guillermo del Toro…

Luego, con credencial de estudiante en una mano y de elector en la otra para certificar mi mayoría de edad, conocí el Cineforo de la UdeG. Me volví una pretenciosa insoportable. Iba al cine sola y hablaba de la maravillosa experiencia que era disfrutar una película sin interrupciones superfluas; me juraba a mí misma que lo más extraordinario del mundo eran Agnès Varda o Andréi Tarkovski por pura pose, cuando con dificultad podía terminar alguno de sus filmes. Y me creía única y especial por todo ello.

Pero también en el Cineforo, con descuento, pude seguir y descubrir ese cine que sí me gustaba y para el que yo no ubicaba otro lugar: Michael Haneke, Guy Ritchie, Icíar Bollaín, Pedro Almodóvar…

Con el tiempo me topé con personas que realmente sabían de cine y dejé mis ínfulas de cinéfila trasnochada. Me abrieron las puertas al cine asiático, tan poco difundido por estas tierras; me hicieron disfrutar del humor negro estadounidense; me compartieron clásicos bellísimos del cine italiano o francés; me mostraron la frescura de las obras latinoamericanas…

Ahora, con las cientos de opciones a nuestro alcance por medio del streaming, cuando me topo con una de esas películas que vi originalmente en aquellos años de VHS, de Betamax, de los DVD, del Canal 7 y del Cineforo, siento un genuino agradecimiento por aquellos que facilitaron que mi joven yo conociera algo del mundo a través del séptimo arte, lo mismo desde mi casa que desde una butaca.

Con palomitas.

X: @perlavelasco

jl/I