INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Compañía

El fin de semana leí un detalle que me llamó la atención y busqué la referencia, para después encontrar otros datos y seguir rastreando las huellas. Así fue como estuve indagando sobre los esqueletos de la cueva de Shanidar.

La primera información que desató mi curiosidad fue que uno de los ejemplares de neandertal encontrados en esta cueva, ubicada en el norte del actual Irak, tenía una fractura de fémur soldada, lo que daba cuenta de que ese masculino adulto había podido sanar.

Se presume que pudo hacerlo gracias al apoyo de su grupo, al descanso que se le proveyó y a los cuidados que seguramente recibió de sus compañeros, porque si hubiera sido de otra forma, habría sido prácticamente imposible que esa factura sanara y, a su vez, él sobreviviera. O habría podido ser abandonado, al convertirse en una carga para su grupo. Y no fue así.

Otro de los ejemplares tenía cerca polen de flores, lo que llevó a la posibilidad de que estas se hubieran dejado al lado del cuerpo de forma intencional como parte de algún ritual funerario.

En total, fueron 10 los individuos (ocho adultos, dos niños) encontrados en Shanidar a mediados del siglo pasado, y gracias a su descubrimiento y lo que ellos revelaron se pudo conocer más sobre la salud, la anatomía y la estructura social que tenían los neandertales, hace entre 65 mil y 35 mil años (smithsonianmag.com/arts-culture/the-skeletons-of-shanidar-cave-7028477/).

En realidad me interesé en este tema –en descargo, no pretendo que lo que explico tenga los detalles que daría alguien especializado en ello– porque de nuevo me dio, hace tres semanas, coronavirus.

Estuve en casa en condiciones un poco más complicadas que la primera vez que lo padecí, hace dos años. Y al leer sobre Shanidar y sus neandertales solo podía pensar en que seguimos siendo de esa forma. Mi novio y yo estuvimos en casa y logramos transitar la enfermedad gracias a las redes que nos soportan.

Por un lado, los colegas, que por ejemplo con su trabajo conjunto permitieron mi ausencia para recuperarme, mientras que ellos absorbían mis labores; por el otro, familiares y amigos que nos procuraron alimento, medicamentos y compañía emocional para que no debiéramos exponernos a situaciones adversas. Pudimos pasar por este proceso exitosamente en buena medida gracias a estos vínculos, a que, como los neandertales, dejaron que nos recuperáramos y nos atendieron para tal propósito.

Y pasa igual con otros momentos en nuestras vidas, lo mismo en el nacimiento de un bebé y los cuidados a este y a la madre, o la muerte de un ser querido, que te deja en condiciones vulnerables, que sufrir por el desempleo o la avería de nuestro coche: logramos sobreponernos gracias a que, quienes nos rodean, nuestros cercanos, con quien hemos establecido relaciones profundas y duraderas, nos dan sostén.

Las fracturas sanadas de los ejemplares de Shanidar no son una simple anécdota arqueológica, sino un recordatorio tangible de que la colaboración ha sido un componente vital de la supervivencia humana a lo largo del tiempo.

La capacidad de nuestros ancestros para unirse, cuidar de los miembros más débiles, más expuestos, y superar obstáculos juntos puede ser considerada como una de las razones fundamentales de nuestra existencia continua como especie.

Shanidar y sus lecciones son atemporales, y las vemos en la sociedad contemporánea. En un mundo que a menudo enfatiza la individualidad, esa cueva en Irak nos recuerda que nuestra historia ha sido moldeada por la colaboración y el apoyo mutuo. Las conexiones humanas, ya sea en la era neandertal o en la actualidad, son esenciales para superar desafíos, compartir conocimientos y prosperar.

En tribu.

X: @perlavelasco

jl/I