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Ficciones

Los debates nunca han cambiado la opinión de electores que ya están definidos, concluyen, palabras más o menos, varias periodistas que cubren las elecciones primarias de Estados Unidos rumbo a elegir al candidato presidencial, quienes quedan varadas en una carretera olvidada.

En medio de la nada, comienzan a discutir sobre la relevancia de estos ejercicios. Tres de ellas han cubierto elecciones durante buena parte de su vida, mientras que la novata, una influencer centenial que siempre está pegada a su celular, apenas decidió tomarse el periodismo en serio.

En la escena, que forma parte de la reciente serie Las chicas del autobús, de la plataforma Max, abordan preguntas como ¿a quién les importan los debates?, ¿cuántas personas que tenían decidido su voto desde antes lo cambian tras ver un debate?, ¿para qué se hacen los debates?, ¿quiénes los ven, más allá de ciertos grupos (incluidos los periodistas)?

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Adinerados, educados y privilegiados. Uno de ellos ha tenido claro, desde niño, que quiere ser presidente. Los demás se suman al proyecto como parte de su equipo de campaña. Con una nueva visión y con un montón de herramientas obtenidas gracias a su favorable entorno, ponen de cabeza a los grupos políticos tradicionales, que en principio los subestiman.

En contraste, su desconexión de la realidad del grueso de las personas es más que evidente y, junto con su falta de experiencia y el colmillo bien afilado que ya tienen sus adversarios con años en la política, crean situaciones que nos permiten reírnos de su torpeza, de sus descuidos, de la enorme distancia que hay entre ellos y los electores promedio.

Durante una escena de la segunda temporada de esta serie, The Politician, de Netflix, una madre y su hija discuten sobre por quién votar para elegir a su senador. La chica le dice a su mamá que es momento de que ella y su generación tomen decisiones, porque los políticos de años, los mayores, ya tuvieron su oportunidad, mientras que la señora defiende que la inexperiencia puede llevar a tomar terribles elecciones que luego pagarán todos. Al final del capítulo, luego de que cada una conoce a su respectivo candidato, una de las dos cambia de parecer sobre a quién darle su voto.

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Decenas de personas con sus respectivas computadoras se multiplican por miles con diversas cuentas en redes sociales que ponen a temblar a los personajes públicos. Son granjas de bots y de trols que, desde el anonimato, y con acuerdos y paga que las respaldan, hacen desaparecer, si es el objetivo, desde al influencer más modesto hasta al político más preparado.

Uno de estos operadores, el protagonista de la película polaca Hater, es un joven con escasas habilidades sociales y ninguneado por su origen modesto que se adentra en el mundo de los mensajes de odio y las noticias falsas.

Conforme avanza la trama vemos cómo esos mensajes lanzados desde una pantalla digital tienen repercusiones en la vida real de las personas. Cómo, en medio de una elección, esta guerra sucia bajo contrato pone en riesgo no solo a los políticos, sino a quienes les acompañan.

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Aunque desoladoras o terribles, las ficciones no pueden lastimarnos. Pero, a la vez, sabemos que son un reflejo de la realidad.

Por desgracia.

X: @perlavelasco

jl/I