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Un México violento
Porque nos la quitaron
En el argot periodístico existe una frase que Daniel Santoro hizo famosa en su libro Técnicas de investigación (2004): “Si tu madre dice que te quiere, compruébalo”. El periodismo, más que una actividad gremial, es un oficio que busca recabar información de interés público para que la audiencia pueda formarse una opinión o tomar decisiones.
Cualquier persona puede entender el periodismo como un servicio público. Sirve para informarse, entretenerse, indignarse o actuar. Desde lo más básico, como sacar una chamarra si el pronóstico anuncia frío, hasta provocar cambios políticos cuando una investigación destapa corrupción y frustra las aspiraciones de un candidato.
Como diría Javier Darío Restrepo, el periodismo se rige por verdades humildes, aquellas que no aspiran a ser absolutas, sino como un ejercicio en constante construcción. Y como una disciplina dentro de las ciencias sociales, los periodistas trabajamos con subjetividades, vacíos de información gubernamental y hasta con la falta de documentos que confirmen o refuten una versión.
Pero un buen periodista es quien persigue la azarosa utopía de la perfección. Es un camino, no un punto de llegada. En este trayecto, lo esencial es la honestidad para observar el mundo y tratar de entenderlo. Por tanto, la objetividad no existe. Lo que sí existe es el rigor, la metodología y la exhaustividad para recopilar la mayor cantidad de información posible y acercarnos a la verdad.
Ayer, Cristian Rodríguez Pinto y yo publicamos una crónica sobre lo que le ocurrió a Jaime Barrera, nuestro colega periodista que fue plagiado hace un año. En ella narramos su cautiverio de más de 50 horas en dos casas de seguridad, donde fue torturado y luego liberado, más por fortuna que por una estrategia de búsqueda y localización de las autoridades.
“¿Qué le pasó a Jaime? Crónica y análisis de sentimientos” (udgtv.com) es un trabajo que busca generar memoria sobre los tiempos que vivimos. Utilizamos dos metodologías: el reporteo con fuentes directas y entrevistas, y ahora herramientas tecnológicas para analizar los sentimientos vertidos en publicaciones en redes sociales.
Concluimos que, además de la violencia física sufrida, Jaime ha enfrentado dos agresiones puntuales. La primera, la desacreditación del hecho por parte de las autoridades, quienes en conferencia de prensa aseguraron que “no fue ni un secuestro ni un robo”, insinuando otras motivaciones, incluso políticas.
La segunda, y quizá la más dolorosa para un periodista, es el intento de dinamitar su prestigio. Jaime es un periodista apasionado y valiente, con una trayectoria intachable, pero ha sido blanco de ataques personales e íntimos, amplificados por granjas de bots que buscan desacreditarlo.
Es impactante la virulencia con la que se ataca a un periodista, muchas veces desde el anonimato y con estrategias coordinadas. No es casualidad. Desacreditar a los comunicadores mina la confianza del público en la información verificada y abre la puerta a la desinformación.
¿Por qué se busca dinamitar la confianza y el prestigio de quienes dedican su vida a cuidar la verdad? La respuesta es evidente: la verdad puede ser incómoda, afectar intereses y eso tiene consecuencias. Pero también es la razón por la que este oficio sigue siendo imprescindible.
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jl/I