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Estado de… inanición

“Lo peor no es cometer un error, sino tratar de
justificarlo en vez de aprovecharlo como aviso
providencial de nuestra ligereza o ignorancia”
Santiago Ramón y Cajal

Mucho se habla del Estado de derecho. Los filósofos pontifican sobre su valor social, los juristas explican su necesidad legal y mientras los politólogos critican su ausencia, los periodistas narramos lo que ésta provoca y los políticos se aprovechan de ella y, además, la propician.

Los políticos son una clase aparte. Así lo considera todo mundo, aunque de forma diferente: mientras que ellos se ven a sí mismos como los salvadores de la democracia, la mayoría ciudadana los ve como una lacra –mentirosos, interesados, deshonestos y un larguísimo etcétera-. Son tal vez el segmento peor calificado entre toda la población.

Inmersos en el centro de la corrupción y del toma y daca de la impunidad, alientan la falta de Estado de derecho en afán de contar con controles y autoridades laxos. Actúan en un escenario en el que los demás les hacen el juego –como focas que aplauden todo sin saber por qué-, se rodean de otros políticos en busca de favores, grupos clientelares y medios de comunicación afines o maiceados, gente que hasta lo peor lo ve bueno con tal de recibir su mochada de los beneficios.

Intercambios perversos

Así las cosas, el gobernador acomoda a sus cuates en buenos puestos para que le metan mano a los haberes del estado y éstos se mochan con él en efectivo y por adelantado. En el Poder Judicial unos entran chuecos para cuidar las espaldas de quienes les abrieron la puerta. Los legisladores escuchan atenta e interesadamente los cabildeos de las grandes industrias. Los alcaldes otorgan jugosos contratos a sus amigos a cambio de reciprocidad presente y futura.

Y así, se llega hasta el ciudadano común que, harto de ser víctima de los abusos de las autoridades de todos los tipos y niveles, termina pagando la cuota –mordida- para solucionar su problema, recibir el documento que necesita o para evitar la infracción. Más corrupción, impunidad y por ende ausencia del Estado de derecho.

Secuaces

El Estado de derecho es como el de embarazo: hay o no hay, no existen medianías ni escalas, y su ausencia sólo puede deberse a malos gobernantes que establecen un vacío de autoridad para propiciarla. Así es como surgen las complicidades –algunas de ellas inconfesables- con grupos que mantienen intereses concretos y productivos. Lo mismo con delincuentes comunes que con el crimen organizado, motorratones o conejeros, narcotienditas o cárteles, todos en contubernio con el poder.

Las componendas entre criminales y autoridades no son algo nuevo, la diferencia es que ya no son discretas, ahora se han descarado. Los intercambios que antes se hacían bajo la mesa hoy se realizan encima para quien quiera verlos. Como ejemplo está la historia del señor de las ligas, a quien le faltaban manos para guardarse sin pudor los fajos de billetes.

Desnutrido

El Estado de derecho está ausente en Jalisco. Las estadísticas que tanto presumen el gobernador, el secretario de Gobierno o el fiscal general son sólo sueños guajiros. La inseguridad va al alza mientras los ciudadanos somos silenciosos observadores de lo que los delincuentes hacen sin que nadie les ponga un alto.

Aun cuando los criminales son detenidos, no falta un juez que los suelta pocos días después, ya sea por tecnicismos legaloides o por fallas cometidas por policías o agentes del ministerio público que incumplen con las reglas del “debido proceso”. Quedan pronto en libertad para reincidir.

El estado de derecho ya es sólo estado de inanición, está en terapia intensiva.

@BenitoMArteaga

 

DN/I