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¿Qué ganamos cuando nos desconectamos?

Este jueves, el gobierno de Querétaro buscará implementar una nueva política: prohibir teléfonos inteligentes y redes sociales en entornos educativos. El anuncio del gobernador Mauricio Kuri es un llamado de atención para padres y para docentes.

Enfrentamos una crisis de pensamiento crítico que trasciende a las ciencias sociales y humanidades. Creo que dicha crisis está vinculada al uso indiscriminado de las redes sociales como herramientas propagandísticas que vulneran la democracia. La llegada de la extrema derecha en países como Estados Unidos, Argentina o El Salvador no se entendería sin la función de dichas herramientas.

¿Pero qué pasa en los entornos educativos? Apenas empezó este año y pude leer el libro Una generación ansiosa (Planeta, 2024), de Jonathan Haidt, que profundiza en esta problemática. Haidt documenta cómo la popularización de los teléfonos inteligentes y las redes sociales marcó un punto de inflexión para toda la sociedad, pero con especial énfasis en la Generación Z (nacidos desde 1995).

Haidt hace una diferencia entre la generación que creció con la “caja idiota”, como se le conoció a la televisión y que tenía un filtro estatal y otro más íntimo, el familiar. Y que, a diferencia de los teléfonos móviles, hoy los dispositivos tienen acceso a Internet de manera indiscriminada y sin filtros seguros. Encontramos excesos no sólo en redes sociales, sino que el contenido nocivo está a un clic de distancia: apuestas, pornografía, contacto real con extraños.

Con revisión a datos de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Australia, el también psicólogo social destaca que las tasas de lesiones no mortales se triplicaron en niñas de 10 a 14 años, y más grave aún es que los suicidios en adolescentes de esa edad aumentaron 167 por ciento.

Las principales causas, según Haidt, son la privación social, la falta de sueño y la fragmentación de la atención. El tiempo en redes sociales ha desplazado las interacciones cara a cara, afectando el desarrollo emocional y social de los más pequeños del hogar.

La vorágine del “todo urge” nos ha hecho creer que las herramientas de interacción humana se aprenden por generación espontánea. Y eso es un error: la empatía también se aprende en la escuela y en el hogar.

Además, el uso nocturno de dispositivos móviles interrumpe el descanso, impactando la salud mental. En el aula he observado cómo las notificaciones constantes dificultan la concentración, generando adicción digital, un fenómeno incentivado por el diseño de las redes sociales.

El libro propone medidas claras: retrasar el acceso a teléfonos inteligentes hasta los 14 años, prohibir redes sociales a menores y mantener las escuelas libres de dispositivos. No tengo duda de que estas recomendaciones inspiran la propuesta del gobernador queretano.

En Jalisco, como ha documentado Rocío López Fonseca (UDGTV), aún falta un debate sobre el valor de la desconexión para que los más pequeños jueguen al aire libre y aprendan otros valores, como el de la solidaridad, la empatía y el mutuo acuerdo. La pregunta sigue en el aire: ¿qué ganamos cuando nos desconectamos?

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jl/I