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El negocio del futbol II

En la pasada colaboración se mencionó que el futbol es el deporte más popular del mundo (4 mil millones de personas son aficionadas); también es el más practicado: más de mil millones lo hacen; igual lo es en las transmisiones en la televisión; por ejemplo, el encuentro de Argentina vs. México registró una audiencia histórica de 40.5 millones de televidentes.

También se preguntaba por qué, tratando la FIFA de ser políticamente correcta, decidió otorgarle la sede a Rusia en 2018 y a Qatar en 2022. En el libro de Ken Besinger (Tarjeta Roja) lo explica con claridad: “En abril, el viceprimer ministro (ruso) Igor Sechin fue a Qatar para discutir un proyecto masivo de extracción de gas natural casi al mismo tiempo que el equipo de candidatura de Rusia para la Copa del Mundo también viajaba a Doha… además de los acuerdos masivos de gas, los emisarios se confabularon para intercambiar votos para la Copa del Mundo. Rusia… prometería el voto de su miembro del ExCo (Comité Ejecutivo) para 2022 a Qatar, y Qatar prometería que, a cambio, su miembro del ExCo elegiría a Rusia para 2018”.

En todos los indicadores elaborados para medir el desempeño de la democracia, el Estado de derecho, las libertades civiles, control de la corrupción y cultura cívica, Rusia es de los países con los peores desempeños en esos rubros. No solo se buscó ser la sede del mundial con la intención financiera, sino también para “lavar la cara” (sportwashing) frente a la comunidad internacional por los bajos niveles de desarrollo democrático.

Tal como lo señala Basinger, a Qatar le dieron la sede para este año, a pesar de muchas contrariedades para llevar a cabo el mundial en Doha. En principio, se tuvieron que hacer un alto en las otras ligas del mundo para poder realizarlo en estas fechas por el fiero calor de verano. Si Rusia tiene malos indicadores, Qatar lo supera con creces. Qatar tiene una población de más de 2.5 millones de habitantes; de los cuales tan solo unos 300 mil son nativos y el resto son migrantes procedentes, principalmente, de Bangladesh, Nepal, Pakistán y Sri Lanka. La mayoría de ellos trabajando como obreros de la construcción de la infraestructura qatarí y los estadios para el mundial en condiciones deplorables.

Las condiciones de vida de los trabajadores eran tan precarias que, de 2011 a 2020, The Guardian calculó que habían muerto más de 6 mil 500 trabajadores en construcción de los estadios. Esto sin considerar los heridos severos y leves. Hacinados, maltratados, malpagados, violentados y sobreexplotados, la imagen de violencia laboral hacia los trabajadores migrantes es en realidad la proyectada al mundo.

También, las autoridades qatarís son intolerantes hacia la comunidad LGTBIQ+ y las mujeres. Las relaciones sexuales entre hombres son penadas hasta con siete años de prisión, al igual que las de fuera de matrimonio. Varios jugadores han intentado mostrar ante el mundo su descuerdo con estas prácticas opresivas, aunque la FIFA los amenaza con sanciones: usar brazaletes multicolores, hincarse o taparse la boca durante el himno son algunas. Amnistía Internacional ha llamado al torneo de Qatar como “La copa mundial de la vergüenza”.

Lo paradójico es que, cuando la afición mexicana vocifera el supuesto grito “homofóbico”, la FIFA sanciona a la selección nacional; pero son incapaces de manifestar desacuerdo por las condiciones de intolerancia hacia la comunidad LGTBIQ+ o las condiciones decimonónicas de la mujer en Qatar.

Mientras superamos la derrota del Tri, disfrutemos del mejor futbol del mundo, que solo podemos hacerlo cada cuatro años.

Twitter: @ismaelortizbarb

jl/I