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Inteligencia artificial

En 1973 un hermano que estudiaba en Estados Unidos llegó a casa con una calculadora Texas Instruments SR-10 que solo hacía cálculos aritméticos básicos, elevar a X potencia y raíz cuadrada: el precio, 150 dólares. Después volvió con otra que realizaba cálculos superiores y a un costo menor y me heredó la primera. El aquel tiempo cursaba la secundaria y era el único que tenía una calculadora. Cuando el profesor de matemática me la descubrió, me prohibió terminantemente que volviera a llevar semejante “aparato diabólico” porque produce “pereza mental” en los usuarios.

Cuando llegaron las computadoras, algunas personas consideraban que escribir en ellas le restaba el aspecto artesanal de hacer textos en una máquina de escribir mecánica. Aunque consideraban que la computadora liquidaría la creatividad, con el tiempo vieron las ventajas de escribir en un procesador de textos sin sentirse avergonzados.

Después llegó la red informática mundial (la Web) inventada por Tim Berners-Lee, quien advirtió de sus peligros: 1. Pérdida del control de la información personal; 2. Difusión de información errónea; y, 3. Ausencia de transparencia en la propaganda política. A ello, claro, hay que agregar la ciberdelincuencia, el acoso en línea, y las malditas/benditas redes sociales.

Todo avance tecnológico soluciona problemas prácticos y facilita algunas tareas; sin embargo, tiene sus efectos perversos que en ocasiones pasan desapercibidos porque se vuelven cotidianos. La inteligencia artificial (IA) no es nueva, pero últimamente se ha vuelto un tema controvertido, en especial con el uso de algunas aplicaciones recientes. A la tecnología nos acercamos con filias y fobias, dependiendo de la actitud hacia lo nuevo.

Por ejemplo, a una aplicación, ChatGPT, le pedí señalar los beneficios de la IA y esto dijo: automatización y eficiencia, mejora en la toma de decisiones; personalización y adaptación, avances en atención médica, automatización industria, mejoras en el transporte y asistentes virtuales (Siri, Google Assistant y Alexa) y chatbots.

Pero también advierte los efectos negativos: desplazamiento laboral, sesgo algorítmico, problemas de privacidad y seguridad, manipulación y desinformación y dependencia excesiva en su uso. Antes Google indicaba donde encontrar información; ahora, con esta app redacta argumentos inéditos. Esto ha hecho levantar la ceja a algunos profesores que no saben cómo enfrentar los trabajos escolares confeccionados con esta app ni cómo detectar su uso.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) publicó en 2021 un texto, La ética de la inteligencia artificial, donde señala que se deberán promover políticas y marcos regulatorios que garanticen que la IA beneficie a la humanidad en su conjunto, y que se centre en el ser humano; esto es, que la IA debe estar al servicio de los intereses de los ciudadanos (en una próxima entrega, reflexionemos acerca de la relación IA y democracia).

“¿Debemos temerle a la IA?” le pregunté a ChatGPT: entre otras cosas, concluye que, “en lugar de temerle ciegamente, debemos abordar los riesgos de manera responsable, promoviendo un desarrollo ético y regulaciones adecuadas para garantizar un uso beneficioso y seguro de la IA en beneficio de la sociedad” y que “se requiere una educación y comprensión más amplias sobre la IA para que la sociedad pueda tomar decisiones informadas y aprovechar sus beneficios de manera responsable”.

La transición desde la calculadora Texas Instruments S-10, pasando por HAL9000 (2001: Odisea del Espacio) hasta llegar al ChatGPT, ha sido un viaje progresivo, pero que cada día adquiere mayor velocidad.

Twitter: @ismaelortizbarb

jl/I