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Campañas, aquí; dolor, allá

En el actual periodo se visibiliza con claridad la frontera que en México separa a, por un lado, la clase política de, por el otro, las víctimas y de quienes están en riesgo de serlo por los graves problemas del país. La agenda de la política tradicional se impone sobre la agenda ciudadana, que incluye asuntos como la inseguridad pública y el cambio climático, por ejemplo. Partidos políticos, poderes legales y fácticos, gobernantes están en otra fase de su eterna disputa por el poder político-electoral; en tanto, la población continúa enfrentando o sigue vulnerable a calamidades como las incesantes desapariciones, la violencia criminal y una gama de delitos alentados por la impunidad.

El ritual conocido, repetitivo y cansón rumbo a las elecciones de 2024 contrasta con el dolor y el miedo de un amplio sector de la población. Unos, encegados por el barullo de la propaganda política, las negociaciones, el activismo frenético y los golpeteos; otros, difundiendo cédulas de búsqueda de familiares desaparecidos o padeciendo el calor y la sequía, signos de la crisis ambiental. La nuestra es una nación de contrastes: los que medran de la política tradicional y los que padecen la incuria que van dejando funcionarios.

Son dos realidades de un México que, a unos, a los políticos y sus grupos, debiera confrontarlos, restregarles en el rostro que están fallando con deberes fundamentales, como garantizar la seguridad de los gobernados, o resolver lo que sigue aplastando el derecho humano a la salud, como el desabasto de medicinas. Pero no es así. Andan en precampaña. Son tiempos donde importa más su futuro político y amarrar candidaturas para sumar cargos. Lo que no pudieron hacer, prometerán hacerlo. Dejan o dejarán a encargados de sostener el aparato burocrático y administrar los vaivenes, con nulas o escasas soluciones.

En cambio, otra parte de la población sigue alarmada porque no sabe el paradero del hijo o la hija, padece injusticias en tribunales aletargados, enfrenta el cochinero ambiental que generan empresas, busca sobrevivir en un país marcado por los abismos en la repartición social de la riqueza y un largo etcétera.

El inicio real de las precampañas presidenciales significa la disminución o pausa de responsabilidades del Estado mexicano. Las posibles soluciones a los principales problemas se postergan. Quitan tiempo, distraen de los asuntos que más interesan a los gobernantes, que cuando hicieron el intento de atenderlos se quedaron en eso, en el intento. Al calor de las precampañas, se atienden sobre todo casos de alto impacto en la esfera pública que pueden afectar negativamente la percepción de los partidos y sus futuros candidatos y candidatas, esbozadores de la mejor sonrisa y las frases huecas de marketing electoral.

La atención de los políticos tradicionales ahora está enfocada en otro asunto de su exclusivo interés: afianzar sus aspiraciones políticas para continuar en el escalafón político de la administración pública. Porque cada tres o seis años está en juego la renovación del generoso aparato empleador que es el Estado. Hasta inicios de 2025 de nuevo habrá estrategias públicas en marcha, reiteradas acusaciones al pasado infame en que gobernaban los adversarios o la promesa de que las transformaciones que provienen de los anteriores trienios o sexenios siguen vigentes. Si la mayor parte de la población no las ve, dirán que es su culpa: solo critica y no advierte los pujantes cambios. Los políticos tradicionales y sus grupos continuarán envueltos en sus discursos, poses fotogénicas y atiborramiento de propaganda facilona; mientras, otra parte de la población proseguirá con sus demandas ya cotidianas, ajena, distante de los círculos políticos que hablarán en su nombre. Unos, piensan en las urnas electorales; otros, en los dramas que los acosan diario.

@SergioRenedDios

JB