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Conexiones del agua embotellada

Un número nos puede decir de manera rápida, inmediata, cómo es una cosa o un fenómeno. Nos describe, por ejemplo, cuánto pesa, cuánto mide o cuánto dura algo.

La rapidez es una “cualidad” valorada en nuestra cultura actual. El número, las estadísticas son entonces la expresión más “eficiente” y común para describir, tanto nuestro mundo, como lo que vivimos en él.

Sin embargo, es limitado para comprender las relaciones o las afectaciones que se relacionan con ese dato. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó este año que México lleva años siendo el líder mundial en el consumo de agua embotellada: 273 litros por persona al año, con tendencia al aumento.

El dato nos habla de una demanda del mercado atribuible a la moda “sana” de bebidas, por las nuevas generaciones. Pero no dice, aunque se puede deducir, que somos los mexicanos, los responsables de la más grande producción de basura por este rubro en el mundo, y que contribuimos a la formación de islas plásticas en los océanos.

El dato tampoco nos conduce a relacionar esta demanda con el papel de las autoridades administradoras del agua dulce y potable, quienes permiten la explotación del agua por empresas privadas que concentran 70 por ciento de las concesiones en manos de 2 por ciento de los titulares. Contribuyen así al detrimento del agua como bien público, como derecho humano.

Cuando no hacemos relaciones y más operaciones reflexivas con el dato caemos en la simplicidad. La simplificación, junto con la inmediatez, convierte a lo más importante en algo nimio para la vida, en un asunto del que se pasa a otro sin detenerse. Mucho menos queda como un asunto que gane nuestro interés.

Pensar con simpleza el consumo del agua embotellada nos impide caer en cuenta de que estamos comprando agua, la que no se fabrica, la que es ciclo, parte de la naturaleza. Por la misma simplificación percibimos como un tema separado a la lluvia en la ciudad, la que recarga de agua limpia nuevamente a los mantos acuíferos, a los ríos y a los lagos.

La lluvia, simplificadamente, pasa así a ser una desgracia o “mal tiempo” porque causa inundaciones y desastres. Esta visión impide esperar a la lluvia en la ciudad, considerando el mapa geográfico de las cuencas que surcan a la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG) y la infraestructura necesaria, para recargar con los caudales temporales, a las fuentes de agua (subterráneas o superficiales) necesarias para sostener la vida de las especies que habitan estas tierras.

Hace poco se anunció la colocación de la primera piedra del desarrollo industrial Nextipark, en el poblado de Nextipac, municipio de Zapopan, una tierra donde aún quedan vestigios de producción de maíz. Este complejo se ubica en una zona alta cuyos escurrimientos, por debajo y encima de la superficie desembocan en algunos de los puntos más bajos de la ciudad de Guadalajara, en lugares donde todavía se registran manantiales.

El proyecto promete la construcción de pozos de agua para autoabasto, pero es necesario que sea más responsable y generoso a fin de hacer pozos de absorción para la recarga de acuíferos. Se necesitan, además, acequias de absorción a lo largo de la infraestructura construida para que el agua se infiltre y se canalice.

Si este centro industrial asume esta lectura en su proyecto significaría avanzar a una cultura que es capaz de notar la complejidad que exige lo ambiental. Si se hace simplificadamente sabemos que su creación se sumará a un problema ya existente.

Quizás, la próxima vez que se encuentre con un envase de agua embotellada pueda pensar detenidamente en todas las conexiones que implica. También a refrendar su cualidad de ciudadano para exigir el derecho al agua sana.

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jl/I