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Cosecha

Y aunque hay buenas tumbas / están mejor los nichos / porque cuestan más baratos / y no hay casi bichos

‘No es serio este cementerio’, Mecano

 

Cumplir años el Día de Muertos siempre ha sido una experiencia contrastante. A veces más dulce, a veces más agria, dependiendo de mi edad y de las circunstancias de vida. La coincidencia, que para muchas personas en el mundo no tendría que ser más que anecdótica, en ciertos momentos sí me ha llevado a cuestionarme cómo podría ser festiva si el entorno nos tenía en una realidad menos alegre.

De acuerdo con la esperanza de vida para las mujeres jaliscienses, me quedarían unos 32 años de camino en esta tierra, mientras que estoy por cumplir 43 de recorrido.

La vida ha sido buena conmigo. Si tuviera que hacer un balance, ahora en retrospectiva, creo que de poco me arrepentiría y tendría mucho por agradecer, pese a haber atravesado, como todas las personas, por momentos devastadores y dolorosos que, cuando ocurren, parece que nos van a arrancar el corazón en un solo movimiento y no nos van a dejar continuar.

Agradezco siempre haber tenido comida en la mesa, jamás haber sentido hambre sin que pudiera satisfacerla. Crecí siendo adolescente en la crisis del 94 y sé que hubo personas, familias que lo perdieron todo, y que todos los días batallaban para poder llevar algo a sus casas para dar de comer a sus hijos, que estiraban los pesos lo más que podían para que alcanzara para al menos tortillas, frijoles, leche y pan dulce.

Agradezco a mis amistades, de antes y de ahora, a quienes siguen en mi vida y a quienes decidieron no hacerlo, por haberme dado la mano en momentos complicados, por abrazarme en medio de la tristeza, por darme pedazos de su felicidad, su conocimiento, sus intereses, sus familias; por hablarme siempre desde el amor y el cariño. Tengo y tuve amigas y amigos como ningunos otros. Son buenas personas que tuvieron la generosidad de compartir su tiempo conmigo, poco o mucho, y siempre les llevo en mi pensamiento.

Agradezco a mi familia. Nunca, nunca habría podido pasar el duelo de la muerte de mi hija sin que mi familia estuviera allí para mí, aún a pesar de que, seguramente, ellas (hablo en femenino porque la mayoría son mujeres) tenían sus propias apuraciones y problemas. Crecer con mis primas y aprender de ellas, y haberlas visto formar sus propias familias; conocer y ver cómo mis sobrinas y mi sobrino forjan sus pequeñas vidas; mi mamá, mi tía, mi tío, mis abuelos que me cuidaron y protegieron e hicieron todo más fácil para vivir una infancia y adolescencia feliz (incluso ahora, en la adultez). Mi marinovio y su hija, ahora ya una joven adulta, que me han abrazado, física y figuradamente, incluso en los instantes en los que he sido la persona más horrible del mundo.

Agradezco a mi hija y a su muerte por haberme permitido sentir todo lo que sentí, lo más luminoso y lo más oscuro; por dejar que me conociera de un modo más profundo, que me diera la oportunidad de confrontarme en los días y las noches en las que simplemente ya no quería seguir adelante.

Agradezco por mi trabajo y la oportunidad de hacer lo que me gusta; agradezco a mis colegas por enseñarme tanto y ser grandes maestros; agradezco mi salud y tener los medios para atenderla; agradezco a esta ciudad en la que crecí y a la que volví hace casi 10 años, y aquellas ciudades y sus personas que me acogieron, me dejaron descubrirlas y me dieron su belleza.

Porque si para morir nacimos, para agradecer vivimos.

Aquí y ahora.

X: @perlavelasco

jl/I