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El discreto encanto de la reelección

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la reelección presidencial, principalmente en países de América Latina (AL). En México, por muchos años la frase “Sufragio efectivo, no reelección” la vimos impresa en comunicados del gobierno. La reelección se convirtió en un tabú, en especial desde 1933 cuando a través de una reforma constitucional se pretendía que algún jefe revolucionario intentase buscar la reelección del Poder Ejecutivo. La idea era inhibir una dominación política transexenal.

La reforma no tuvo en cuenta el impacto que causaría en otros cargos público (diputados, senadores y presidentes municipales). Por fortuna, recién se ha superado ese trauma político y esos cargos de elección popular ya entran en el reino de la reelección. La joya de la corona, la cereza del pastel de la reelección es el cargo de presidente de la República y aún no se supera el choque emocional para promoverla… hasta hoy.

La intención de poner un límite al período presidencial es evitar que un político o movimiento se perpetúe en el poder más allá del tiempo para el que fue elegido. La motivación principal de permanecer en el cargo es, obvio, el poder político, aunque “El poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos” (López Obrador dixit); además que es adictivo. Tal vez por eso muchos presidentes han buscado introducir reformas constitucionales para buscar perpetuarse en el poder.

Durante la llamada tercera ola democratizadora (salvo algunas excepciones) la reelección en la Presidencia no era tan favorecida; sin embargo, con la llamada contra-ola populista o autoritaria, cada vez es más tentada por los presidentes.

La reelección tiene cuatro modalidades en América Latina: consecutiva, diferida e indefinida y la que no la permite. Consecutiva: Argentina, Brasil, Honduras, República Dominicana, Ecuador y El Salvador; diferida: Uruguay, Panamá, Perú, Costa Rica y Chile; no permite: México, Guatemala, Paraguay y Colombia; indefinida: Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba.

Las primeras dos no son serias amenazas a la democracia; la peligrosa es la indefinida. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) considera que “el mayor peligro actual para las democracias de la región no es un rompimiento abrupto del orden constitucional, sino una erosión paulatina de las salvaguardas democráticas que pueden conducir a un régimen autoritario, incluso si este es electo mediante elecciones populares”. Sin embargo, la tentación está presente en cualquiera que detente un poder político de elección: se buscó que el presidente de la Suprema Corte prolongara su mandato y el presidente del PRI también está buscando hacer lo mismo.

La reelección, siempre y cuando esté considerada en la Constitución vigente, es una decisión soberana de cualquier país. No obstante, cuando se intenta –a través de triquiñuelas legislativas y leguleyadas jurídicas (como considerar que no permitirla es un atentado contra sus derechos humanos)– perpetuarse en el poder presidencial al considerar que un solo período es poco tiempo para lograr la transformación prometida, se recurre a reelección inmediata. Los argumentos de la CIDH contra la elección indefinida son categóricos: “la eliminación de los límites para la reelección presidencial indefinida no debería ser susceptible de ser decidida por mayorías ni sus representantes para su propio beneficio”.

No es casual que, con el impuso de la reelección consecutiva, paralelamente surjan gobiernos populistas como tercera ola antidemocrática y viceversa.

Twitter: @ismaelortizbarb

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