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Las recientes cifras reveladas por la OCDE a través de la prueba PISA han dejado en evidencia un estancamiento en el sistema educativo de México durante la última década.

Los resultados muestran que solo 53 por ciento de los estudiantes alcanzaron el nivel 2 o más en lectura, en comparación con el 74 por ciento del promedio internacional. En matemáticas la situación no es más alentadora: la caída en los resultados ha revertido la mayoría de los avances hechos entre 2003 y 2009, acercando las puntuaciones promedio a las observadas en 2003 o 2006. En lectura y ciencias, aunque se registraron pequeñas fluctuaciones, no se ven mejoras significativas. Estos datos plantean un serio cuestionamiento sobre la eficacia de las políticas y prácticas educativas implementadas en México en los últimos 10 años.

Sin embargo, la respuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador, al rechazar los resultados de PISA, añade una capa adicional al debate. Calificando la prueba como “neoliberal” y desestimando la importancia de los indicadores internacionales, el mandatario adoptó una postura de confrontación. Si bien es cierto que las políticas educativas anteriores pueden haber tenido fallas, es esencial reconocer los desafíos actuales y buscar soluciones.

Juan Alfonso Mejía López, investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa citado por El Financiero con motivo de los resultados de la prueba, destaca la necesidad de pensar en la evaluación como una herramienta para comprender las prácticas que funcionan en cada escuela y con cada maestro. Más allá de un ranking internacional, la prueba debería ser utilizada para identificar estrategias exitosas y áreas de mejora a nivel local. La autonomía de las escuelas y la libertad para implementar enfoques pedagógicos efectivos son elementos clave que deben considerarse en la búsqueda de soluciones.

Sobre los resultados, por ejemplo, el contraste entre México y los países asiáticos en los resultados de matemáticas es notable. Singapur, Taiwán, Macao (China), Hong Kong, Japón y Corea ocupan los primeros lugares. Esto plantea la pregunta inevitable: ¿qué han estado haciendo estos países que México podría aprender, adaptar, adoptar?

La crítica del presidente a las pruebas y su asociación con el neoliberalismo sugiere una profunda desconfianza en los indicadores internacionales, que en general no sorprende a nadie. Sin embargo, en lugar de descartar por completo las evaluaciones, podrían utilizarse como una herramienta para impulsar el cambio y mejorar las políticas educativas. La resistencia a aceptar la realidad de los resultados puede dificultar la implementación de medidas efectivas, en un sexenio al que además le queda solo un año.

La educación es un componente fundamental para el desarrollo de cualquier nación. México enfrenta desafíos significativos que además –tampoco es sorpresa para nadie– se ahondaron con la pandemia, luego de que nuestros niños y adolescentes estuvieran al menos un año estudiando a distancia, con un sistema que no se había probado antes en general, mucho menos con los más pequeños, lleno de obstáculos tecnológicos, económicos, técnicos, pedagógicos.

Así, la prueba PISA podría ser una guía que señale áreas específicas que necesitan atención inmediata.

Los resultados son un llamado de atención para México. Ignorarlos o desestimarlos no hará desaparecer los problemas educativos, como no han desaparecido otros. En cambio, el país debería aprovechar esta oportunidad para reflexionar, aprender de las mejores prácticas a nivel internacional y trabajar para rescatar a las actuales generaciones y pensar en aquellas que vienen.

No necesitamos pensar en la prueba como un mapa fiel, pero sí puede ser un faro de navegación.

Una luz extra.

X: @perlavelasco

jl/I