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Autoridad

Mande usted traer al cabo cocinero, pidió a su ayudante el general –no recuerdo su nombre–, que era el jefe de la zona militar en la ciudad de Campeche allá por julio de 1972. Pocos minutos después, cuando se presentó el suboficial, le dijo: Mire usted a estos jóvenes como están mal nutridos, se les ven las costillas, y le ordenó, quiero que les dé bien de comer los días que estarán aquí con nosotros, a ver si se mejoran, aunque sea un poco.

Aquel mes de julio emprendimos un viaje con los scouts con el objeto de visitar lugares de interés social y cultural: los Tuxtlas, Catemaco, las zonas petrolera e industrial de Minatitlán y Coatzacoalcos, el parque museo de La Venta y Comalcalco en Tabasco, la muralla de la ciudad vieja de Campeche, las zonas arqueológicas de Yucatán, Chiapas y Oaxaca, entre otros lugares.

Como se trataba de viajar con austeridad real (no como la farsa republicana), conseguimos que nos recibieran en algunas de las zonas militares de aquellos estados que visitamos. En todas ellas debimos adaptarnos a los horarios que marcaba la disciplina militar, así como al régimen alimenticio de cada lugar. Desde luego, no valían ahí los remilgos; a la hora de comer nos zampábamos lo que nos ponían enfrente sin rechistar, nos gustara o no.

La organización de los grupos scouts es muy parecida a la militar, pues la “tropa” de cada grupo se divide en “patrullas”, cada una con un guía y un subguía. Las actividades se llevan a cabo con orden casi castrense; sin embargo, con la convivencia en los cuarteles durante aquel viaje aprendimos el rigor de la disciplina en las Fuerzas Armadas y como las órdenes se obedecen a rajatabla.

Eso nos mostró sin duda el respeto que debe tenerse a la autoridad en todos los órdenes de la vida. Tal como nos lo enseñaron nuestros padres en casa y, por extensión, los maestros en las escuelas primaria y secundaria. Así era entonces, aunque ya no lo es, pues todos esos valores se han perdido.

Para que el Estado de derecho exista y se mantenga se requieren leyes claras, un aparato de justicia que las aplique correctamente, autoridades que vigilen su cumplimiento y sanciones que disuadan su violación, además de una cultura que permita que la población entienda su importancia.

Sin todas estas cosas el Estado de derecho se pierde y para restituirlo se requerirán acciones educativas, empleo de la fuerza y eliminación de la corrupción y la impunidad. El gobierno de López Obrador prometió eso y, en su lugar, premió a los criminales con el criticado lema presidencial de “abrazos no balazos”, convirtiéndose –según testimonios e investigaciones públicos– en cómplice, por asociación u omisión, de los cárteles, como lo demuestran sus recurrentes visitas a Badiraguato.

El nuevo gobierno que deberá iniciar en octubre heredará los problemas derivados de esas irresponsables acciones de desgobierno, las mayores muestras de corrupción e impunidad han estado dentro de la administración. Eso deberá terminar de manera tajante si se pretende frenar el desmoronamiento del país.

Así sea.

X: @benortega

 

jl/I