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Para personas desaparecidas
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Mi papá me llevó con él a su oficina en avenida Juárez 127 despacho 9 de la colonia Tabacalera, en la Ciudad de México. Era temprano ese 20 de noviembre de 1967 y el presidente Díaz Ordaz llevaba a cabo una ceremonia conmemorativa de la Revolución mexicana, precisamente en el monumento que lleva ese nombre y se encuentra situado a dos o tres de calles de donde yo estaba.
La curiosidad me llevó a la calle y me incorporé a la primera fila de la valla humana que flanqueaba la ruta sobre la avenida por donde pasaría caminando Díaz Ordaz, justo frente al edificio de la oficina.
Minutos después, el primer mandatario se acercaba acompañado de una nutrida comitiva, todavía en ese momento, era vitoreado por la multitud, mientras caminaba saludando a las personas que estábamos a uno y otro lado de la calle. Fui uno de los que estrecharon la mano de Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México.
Tenía 15 años y me emocionó el hecho de haber saludado de mano al presidente, por lo cual mi papá, que a lo largo de su carrera había estrechado las manos de muchas personas importantes, me hacía burla.
Cada persona es diferente, y reacciona de manera distinta ante circunstancias similares, es decir, cada uno es como es o, como dicen, cada cabeza es un mundo. Pocos meses después, Díaz Ordaz era señalado como asesino de jóvenes tras los hechos del 2 de octubre que pusieron fin al Movimiento del 68, según rememorábamos aquí la semana pasada. Ese acontecimiento marcaría para siempre la memoria de aquel presidente al que tanto me enorgulleció saludar.
El martes pasado dejó la Presidencia Andrés Manuel López Obrador. Deja muchos seguidores, comprados con la fuerza de los programas sociales que se pagan con los impuestos o con más deuda pública que luego nos costará a todos los mexicanos. El ex presidente se dedicó a endulzar el oído de su clientela durante el sexenio completo, con un discurso completamente populista, apoyado en sus colaboradores incondicionales más cercanos durante las mañaneras a lo largo de seis años. Un estilo diferente, pero que terminará con muy mala reputación en la memoria histórica mexicana, una vez que su fanaticada comience a asumir el costo de los programas y de las obras fracasadas de su gobierno, es de esperarse que le den la espalda.
La semana pasada asumió el cargo su sucesora Claudia Sheinbaum. Una mujer mucho más preparada y culta que López Obrador, pero que parece ser creada a su imagen y semejanza. Deberá gobernar, por lo menos al principio con la gente que López le impuso, aunque ella lo niegue, para mantener el control del gobierno. Deberá conducir su administración acotada por los incondicionales de López en las cámaras, que le dejarán muy poco margen de maniobra. Es cierto que logró colocar a personajes con preparación y conocimientos especializados en algunas áreas; sin embargo, algunos ministerios importantes para la gobernabilidad estarán conducidos por gente cercana a Andrés Manuel.
Esperamos que tenga la fuerza para aplicar su propio estilo de gobierno.
Así sea.
X: @benortega
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