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Y que les hagan caso
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Sí, nos sobran razones para llorar cuando una madre, un padre, hermana o hermano se arrodilla ante la tierra removida buscando con sus propias manos algún indicio o los restos humanos de su hija, hijo; de su ser querido. Porque la inteligencia, los recursos técnicos, profesionales y humanos de nuestras instituciones son insuficientes, omisos, cómplices o, de plano, incompetentes.
Sí, a la sociedad nos conmueven las cifras de desaparecidos; los rostros de adolescentes y de jóvenes en las fichas de búsqueda, tanto como los testimonios desoladores de familias que no descansan; pero hemos de reconocer que ofende que mientras esta misma sociedad conmovida y solidaria comparte las fichas de búsqueda y los rostros de estas personas desaparecidas en las redes sociales, horas después está llenando los centros de espectáculos, ferias y jaripeos para corear y aplaudir canciones que glorifican el mismo mundo que se tragó a estas, a estos adolescentes y jóvenes.
Nuestra realidad supera por mucho la ficción. Esta sociedad es la misma que celebra sin filtro a quienes cantan líricas explícitas de los delitos que cometen los autollamados jefes de plaza y sus ejércitos sin alma, desposeídos de dignidad, mientras cargan y presumen fuscas, fajos de billetes y mujeres como trofeos. Es la misma sociedad que se toma selfis; que graba y comparte videos con fondos musicales y pantallas que proyectan la imagen de un capo y las presume como si estuviera frente a un héroe. ¿Cómo se explica esto?
La cruda verdad es que muchos de estos jóvenes desaparecidos son reclutados con engaños por el crimen organizado. No son delincuentes, son víctimas. Muchos probablemente fueron obligados a convertirse en halcones, a cargar armas, a asesinar a otras y otros jóvenes y desaparecer.
¿Cómo eludir que como sociedad también les fallamos? Y que no solo fue o es el Estado mexicano, sus instituciones y los servidores públicos que están rebasados sin recursos, cooptados o coludidos con el crimen. En lugar de proteger y construir entornos seguros para ellas y ellos, les abandonamos, los dejamos a su suerte, alimentando la anticultura que los seduce y los mata.
Ojalá que la solución a este exterminio se resolviera simplemente cancelando o dejando de escuchar, de reproducir o de acudir a esos odiosos espectáculos. Lastimosamente no es, ni será así. Claro, que el Estado mexicano tiene responsabilidad y no puede seguir siendo omiso, incompetente o cómplice; tampoco la industria y promotores de espectáculos pueden lavarse las manos mientras gustosos llenan la caja y la cartera de billetes. El Estado mexicano, la industria y nosotros como sociedad estamos tocando fondo.
Es tiempo de romper con esa lógica antihumana que normaliza la violencia y romantiza al narco. Llegó el momento de poner límites desde la casa y no porque alguien nos lo imponga, sino por dignidad, por respeto y por congruencia. Dejemos pues de llorar a las y los desaparecidos con una mano en el corazón mientras que, con la otra, aplaudimos lo que los mata.
X: @claudiaacn
jl/I