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Vetas

Estoy segura de que todos tenemos algún maestro o maestra que tocó nuestras vidas de forma profunda. Si repasamos algo de nuestra historia, nos daremos cuenta de cuánto les debemos, cuánto hicieron por nosotros, por generaciones enteras, aun sin saberlo.

Los maestros son figuras fundamentales en nuestro desarrollo educativo y personal. A lo largo de nuestras vidas, desde la primera infancia hasta la formación universitaria –quienes hemos tenido el privilegio o la oportunidad de llegar a ella– nos enseñan lecciones valiosas que trascienden el ámbito académico e incorporamos a nuestra realidad cotidiana, incluso sin tener idea.

Desde nuestros primeros años, los maestros de educación inicial nos brindan un entorno seguro y estimulante. Aprendemos (nos enseñan) a compartir, a desarrollar habilidades motoras, a convivir con otros niños y a respetar lo que no nos pertenece. Estos cimientos construidos en la infancia temprana terminan siendo relevantes para nuestro crecimiento social y emocional.

En la etapa escolar, los maestros de primaria nos inculcan valores como la cultura cívica, la tolerancia y la paciencia. A través de su ejemplo, aprendemos empatía y compasión, así como la importancia de perseverar y aceptar el fracaso como parte del proceso de aprendizaje. Además, nos enseñan a valorar la limpieza y el respeto por los espacios comunes, fomentando el compromiso y la honestidad en nuestras acciones. ¿Quién no recuerda a esa fabulosa maestra que siempre estaba dispuesta a explicar, a mostrar cómo nuestras acciones, por pequeñas que parecieran, podían cambiar el entorno de otras personas?

Durante la adolescencia, los maestros de secundaria y preparatoria nos desafían a superar nuestros propios límites (muchas veces, lo reconozco, no de la mejor manera o no con los mejores modos) y a buscar opciones cuando creemos que todo está perdido. Aprendemos sobre disciplina, esfuerzo y resiliencia, cualidades que terminan siendo fundamentales para alcanzar nuestros objetivos. Algunos maestros brillantes nos inspiran con su conocimiento, mientras que otros nos enseñan importantes lecciones a pesar de que su método de enseñanza puede no ser el más efectivo, el más cercano ni el más gentil. Estos maestros nos muestran la importancia de la autodeterminación y nos motivan a explorar nuestro potencial.

En la etapa universitaria, los maestros nos abren un mundo de conceptos, conocimientos y posibilidades. A través de sus enseñanzas exploramos diferentes visiones del mundo y comprendemos que el pensamiento diverso no es necesariamente incorrecto. Algunos profesores se convierten en mentores, brindándonos consejos sinceros y siendo más bien confidentes intelectuales. Aprendemos a ser responsables en un entorno de libertad académica y descubrimos nuestras vocaciones y pasiones.

Los maestros nos enseñan mucho más que conocimientos académicos. Nos transmiten valores, habilidades sociales y herramientas para enfrentar los desafíos de la vida. Su dedicación, comprensión y apoyo dejan una marca duradera en nosotros. Apreciamos a aquellos maestros que marcaron la diferencia, incluso si no fuimos estudiantes destacados en su compañía.

Siento que cuando nos llega la adultez logramos apreciar a estos maestros y maestras; es cuando nos damos cuenta de que esas personas que nos marcaron de formas tan distintas se enfrentaron a problemas económicos, profesionales e incluso personales de los que nosotros, obviamente, no teníamos idea, y pese a todo ello, con una convicción y una vocación que parecían a prueba de todo, siguen dejando en miles de niños y jóvenes algo de sí, algo tan profundo que tal vez ellos ni siquiera se imaginan.

Una huella.

Twitter: @perlavelasco

jl/I