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AMG, con árbol de al menos 280 años

CARACTERÍSTICAS. La higuera prieta tiene 1.35 metros de grosor y 20 metros de altura. (Foto: Jorge Alberto Mendoza)

Cuando nació, Europa vivía el apogeo de la revolución científica y abría su “siglo de las luces”; Inglaterra se preparaba para cambiar la historia con la revolución industrial; Nueva España pasaba por uno de sus auges materiales más importantes bajo el virrey Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, enviado por Felipe V, el primer Borbón español… y Guadalajara, capital de la Nueva Galicia, estaba distante hacia el sur por un camino empolvado de media jornada, entre potreros y bosque espinoso.

Dicen que tiene al menos 280 años y que creció espontáneo mientras los franciscanos edificaban la capilla dedicada a la Virgen Inmaculada, cuya imagen se conserva en el templo de cantera y adobe hoy consagrado al Cristo de la Ascensión. La bóveda tiene marcada una fecha: el año 1735.

Este ser vivo está identificado taxonómicamente como la especie Ficus crocata y coloquialmente se le conoce como higuera prieta. Es un formidable ejemplar de 1.35 metros de grosor, 20 metros de altura y maderas recias que ya estaban prácticamente igual cuando Juan Antonio Montoya lo conoció, en 1979.

Huentitán el Bajo, poblado al que pertenece este personaje vegetal, ya se había integrado a la capital de Jalisco, pero todavía creció Juan Antonio entre maizales y caminos empedrados, y un poblado campesino cuya fresca ingenuidad se ha perdido 44 años después. El gran árbol no dará discursos este Día del Árbol, pero es el más viejo de 70 inventariados por su valor patrimonial en toda el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG). Es mudo testigo del fin de un imperio, del nacimiento de dos más, de guerras brutales, anarquías y paz, hasta la República surgida de la Revolución de 1910 que hoy se ha vuelto a agitar.

“Había mucha paz, ahora esto es riesgoso, un poco peligroso”, desliza el sencillo jardinero cuando habla de la comunidad crecida más allá de las cercas de piedra y hierro: invadida de adicciones, ruido, violencia gratuita y la sordidez de una metrópolis indiferente a este santuario pacífico.

Tan pacífico, que fue camposanto hasta los años 60. El montón de muertos se echó a la fosa común y donde había lápidas sombrías, hoy crecen magníficos ejemplares de zalate, de parota, incluso un cedro rojo donde un artista ha tallado un maravilloso San Miguel Arcángel que parece vigilar al longevo templo y al vetusto árbol guardián. Un jardín botánico con especies del bosque caducifolio de la barranca. Un lugar a donde se puede llegar a platicar o meditar bajo la claridad de las sombras de guardianes mudos y pacíficos.

Según el documento Árboles Patrimoniales de Guadalajara, de 2020 y de la Academia Mexicana de Paisaje, AC, el ejemplar cuenta con “buena arquitectura, balance, armonía, proporción, (y está) equilibrado entre las dimensiones del fuste y la copa, de muy buen porte; se observa que el árbol ha tenido las condiciones ambientales para expresar la belleza de su especie”.

Y añade que, “según la tipología propuesta por Claudio-Novelo (2019), se cataloga como árbol añoso. Centenario árbol de alrededor de 280 años”, así como un árbol hermoso por su porte monumental y majestuosidad, y como un “árbol histórico (por haber sido) plantado por franciscanos, primeros evangelizadores de los indígenas de la zona que transitaban de Zacatecas a Guadalajara”.

Además, es un árbol de importancia vecinal y árbol emblemático al ser un elemento identitario y de reunión de los habitantes religiosos de la colonia y la zona de Huentitán.

El documento acepta que presenta daños físicos y mecánicos y manejos inadecuados; sin embargo, ha tenido buen espacio de crecimiento y buen suministro de agua, por lo que se recomienda que tenga podas de saneamiento y formación.

El reconocimiento es reciente y esta higuera ha corrido con suerte. Por ejemplo, un aguacate enorme de la avenida Enrique Díaz de León fue cortado por el dueño cuando supo que lo declararían patrimonial. Una hermosa ceiba de la plaza Guatemala, en Jardines del Bosque, fue derribada por los vecinos humanos, y a un gran eucalipto de avenida Chapultepec lo partió un rayo. No hay un árbol que tome venganza de esos atentados o que cuestione al Dios de la Ascensión sobre los misterios de sus designios. Pero la higuera negra, que tal vez ya vivió demasiado, sigue erguida a la entrada de un atrio, a la espera de ser testigo de otro siglo que despunta sombrío.

jl/I