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El abogado de los amparos
Porque nos la quitaron
Veía y escuchaba a Claudia, ya cruzada por la banda presidencial y pensaba, recodándola en sus tiempos jóvenes: estar ahí, en el centro del presídium del Congreso de la Unión para protestar como la primera presidenta de México es algo que, en sus tiempos de pelo rizado y activismo estudiantil, nunca imaginó que ocuparía ese sitio. Desde entonces, me consta, sí pretendía hacer historia, pero no desde esa trinchera.
Dicen que los tiempos cambian y también las personas, dependiendo de su cercanía con el poder. Yo prefiero pensar que son las personas, a través de su hacer político y social cotidiano las que construyen la capacidad de cambiar el tiempo y el curso de la (su) historia, pero también las que reproducen al sistema.
Las cien esperanzas a las que se comprometió, ya como presidenta, en efecto muestran continuidad con el proyecto de AMLO, pero a la vez enfatizó en cuestiones diferentes como la política de cuidados (salud y alimentación), así como el énfasis en la centralidad de las mujeres tratando de ser congruente con su frase: no llego sola, llegamos todas. Planteamiento que está muy a tono con los feminismos en movimiento pero que, temo, no le ajustará el sexenio para que tal idea sea realidad. Por todos los caminos y en todos los cruceros de las ciudades por los que seguirá transitando podrá ver a todas esas mujeres que no llegaron ni llegarán junto con ella.
Dentro de su rosario de compromisos hubo una ausencia grave y de la que probablemente miles de mujeres esperaban de menos un guiño. Pero lo que obtuvieron fue un completo silencio, como si el problema no existiera. Desde la lógica del poder solo existe lo que se nombra. Dada su trayectoria, Claudia sabe perfectamente del problema de los desaparecidos que asola al país y que tiene en vilo a cientos de miles de familias, pero nada dijo al respecto.
Claro, podría decirse que muchos de los compromisos asumidos tienen que ver con ello, porque se trata de políticas públicas que ofrecen mantener y ampliar el bienestar social. También podría decirse, en descargo, que reiteró el compromiso para retomar el caso de los 43 de Ayotzinapa. Eso está bien, pero el punto es que en su largo discurso frente a los miles de mexicanos que colmaron el Zócalo después de haber sido investida como presidenta no hubo una sola alusión a ellas, a las mujeres que tuvieron que cambiar de oficio para convertirse en buscadoras de sus tesoros. Muchas, afectada su salud, han perdido la vida buscando a sus hijas e hijos o han sido asesinadas. Como sea, no le merecieron mención alguna.
Bien por la disculpa por la masacre del 2 de octubre de 1968 cometida por el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz. Esta podría complementarse con la inclusión de esta información en los libros de texto gratitos y en la eliminación de su nombre en todas las calles y colonias del país que lo tengan.
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