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De nuevo el río Santiago

Hace más de mil 300 años, los habitantes originarios de esta geografía le nombraban Chiconahua. Desde entonces ya era el río más importante de este lugar que luego de la colonización sería llamado Jalisco. Dicen las historias y las leyendas que los colonizadores, dada la fuerza de su caudal, no lograban cruzarlo. Morían ahogados en el intento y que pudieron hacerlo hasta que se encomendaron a su santo Santiago, conocido como el santo mata indios. Entonces lo bautizaron con ese nombre y así sucedió el primer despojo.

Este río, junto con el lago de Chapala, la laguna de Cajititlán y los bosques que circundaban el Valle de Atemajac, hicieron posible, por siglos, el clima envidiable y la vida sana en este territorio hasta antes que el Estado mexicano y los empresarios e industriales, pensando solo en sus intereses, a mediados del siglo pasado decidieran promover a gran escala los procesos de industrialización y de urbanización del país, considerando las cuencas de los grandes ríos. Proceso que había iniciado en esta cuenca en las postrimerías del porfiriato con la instalación de la fábrica textil Río Grande, justo en las cercanías del Salto de Juanacatlán.

En los años setenta se impulsó el corredor industrial que hizo posible que, en el transecto que va del municipio de El Salto al de Ocotlán, aguas arriba, puedan localizarse quizá más de mil quinientas industrias de diferentes dimensiones. Este hecho se festejó como un gran logro del progreso y el desarrollo. Nada se dijo entonces que este hecho inauguraba también el ecocidio que significaría el hecho que, en común, sin tratamiento alguno, todas las fábricas empezaron a descargar sus desechos tóxicos en el caudal del río.

En paralelo a esta contaminación sucedía el proceso de represamiento y el crecimiento inconmensurable de la metrópoli tapatía y la canalización de todos sus desechos el Santiago. La conjunción de estas nocividades terminó por vencer la capacidad natural del río para autorregenerarse. Quedan claros, entonces, los motivos de la muerte del río Santiago.

Por ello es por lo que ahora se puede hablar en pasado: tuvimos en Jalisco un río importante. Un río que, en sentido estricto, dejo de serlo porque, en su trayectoria hacia el océano Pacífico, fue contaminado y represado, cortando el movimiento natural y continuo de sus aguas. Así, desde mediados de los ochenta lo que tenemos es una gran cloaca que, en lugar de producir vida como lo hacen los ríos y los cuerpos de agua limpios, lo que genera son enfermedades y muerte.

Nada de esto es novedad. Quizá yo mismo ya lo he señalado en esta columna, pero hoy lo reitero porque el gobernador electo Pablo Lemus, igual que su predecesor, pretende iniciar su gestión solicitando a la presidenta Claudia apoyos para sanear el río Santiago. Lo que no ha dicho es qué solicitará, o mejor, qué exigirá a los industriales, principales responsables también de este ecocidio.

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jl/I