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Los ODS y el canto de las sirenas

Parecería que no es tema por la lejanía temporal, pero estamos a solo seis años de que se venza el plazo autoimpuesto por la ONU para dar cumplimento a los llamados 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) suscritos en 2015 durante su 70.ª Asamblea General. Dichos objetivos son ampliamente conocidos, pero no está de más recordarlos puntualmente: (1) Fin de la pobreza, (2) Hambre cero, (3) Salud y bienestar, (4) Educación de calidad, (5) Igualdad de género, (6) Agua limpia y saneamiento, (7) Energía asequible y no contaminante, (8) Trabajo decente y crecimiento económico, (9) Industria, innovación e infraestructura.

Y (10) Reducción de las desigualdades, (11) Ciudades y comunidades sostenibles, (12) Producción y consumo responsables, (13) Acción por el clima, (14) Vida marina, (15) Vida de ecosistemas terrestres, (16) Paz, justicia e instituciones sólidas, y (17) Alianzas para lograr los objetivos.

Entonces también fue aprobado un documento titulado Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, más conocida como Agenda 2030. En esta agenda se planteó que estos problemas globales deberían estar resueltos o de menos contenidos y reducidos.

Colapso

Sin embargo, contra esos propósitos, estamos más cerca del posible colapso climático, por lo que resultaría sencillo hacer una evaluación crítica y reprobatoria de los 17 ODS. Seguramente solo leyendo los nombres de los ODS y sabiendo de la realidad ambiental en que vivimos es obvio que hay un incumplimiento generalizado y se puede visualizar la imposibilidad de resolverlos dentro de este sistema.

Parecerá radical la afirmación anterior, pero para mí es suficiente evidencia de tal imposibilidad el hecho de que desde las instancias multilaterales se habla de desarrollo sustentable o sostenible, con mayor énfasis a partir de 1992, cuando en Río de Janeiro con entusiasmo se acordó la Agenda 21. Durante este periodo histórico, a nivel mundial, se han definido y suscrito múltiples objetivos como los citados, y a la fecha no podemos hablar en sentido estricto de que alguno de ellos se haya mejorado sustancialmente.

Al contrario, el desastre sigue creciendo a la vista de todos y en todas las geografías. Lo que queda, que afortunadamente no es poco, ha logrado resguardarse porque, de manera destacada en los pueblos originarios, hay muchas defensoras y defensores de los territorios y los bienes naturales comunes en ellos contenidos, y porque la naturaleza tiene gran capacidad de resistencia y reproducción.

Como ejemplo, solo para referirme al primer objetivo, poner fin a la pobreza, resulta imposible, porque ésta, igual que la riqueza, son consustanciales al sistema. Una explica a la otra. No se puede erradicar la pobreza sin hacer lo mismo con la riqueza exorbitante, grotesca e inmoral a la que muy pocos han llegado.

Por ello, para el caso de México, no sorprende que Oxfam, en su más reciente informe evidencie que el crecimiento exponencial de la riqueza de los catorce ultrarricos, Carlos Slim en primer lugar, tiene su origen en su estrecha relación con el poder político. Todos han sido beneficiarios del sistema, desde la Presidencia de Carlos Salinas y hasta la fecha. Y si la riqueza ha crecido, lo mismo ha sucedido con la pobreza, y entonces los objetivos segundo, tercero y cuarto (hambre cero, salud y bienestar y educación de calidad) se inhabilitan. Y algo similar se podría decir de los otros ODS.

Independientemente de los próximos resultados electorales, no deberíamos dejarnos seducir por el canto de las sirenas de que estos objetivos podrían ser cumplidos durante el próximo sexenio.

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jl/I