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Primaveras en invierno

Primavera es el nombre del árbol maravilloso que florea en un amarillo encendido que llama poderosamente nuestra atención cuando transitamos por algunas calles de esta ciudad. La intensidad del color de sus flores es capaz de encandilar nuestra mirada. Afortunadamente podemos encontrar varios en esta ciudad. A mí me han sorprendido deambulando por las avenidas de las Américas y de la Paz. Pero este año, inesperadamente, la primera que vi floreando, apenas la semana pasada, a mediados de febrero, fue por la avenida Ávila Camacho, frente a las instalaciones del Seguro Social.

Cuando la vi, me pregunté sorprendido, ¿una primavera floreando en invierno? Me detuve unos segundos observando el árbol para cerciorarme de su especie. Pero sí, no había duda, era una primavera, que, como su nombre alude, su floración natural a fines de marzo es o era de los mejores comunicados florales de que la estación primaveral había iniciado.

Información periodística nos dice que lo mismo ha sucedido en la Ciudad de México, pero allá con las jacarandas, especies que también abundan por aquí, muchas de las cuales, por cierto, están invadidas de muérdago, esa especie invasiva que asfixia poco a poco las ramas donde crece hasta secarlas.

No es un fenómeno nuevo y tampoco exclusivo de la flora urbana. Desde tiempo atrás, por ejemplo, en los pueblos de la ribera de la laguna de Cajititlán algunas personas han estado diciendo: “Los árboles están haciendo lo que quieren, florean y dan fruto cuando aún no les corresponde. Ya no sabemos bien cómo cuidarlos”. Algunos con un poco más de información lo afirman claramente: es el cambio climático. Su efecto devastador ha hecho que las estaciones de año se difuminen. Esto es complicado porque, junto con los ciclos lunares, es la guía con la que en el campo se organizan las actividades cotidianas.

¿Los árboles y las plantas hablan? No lo creemos mucho, pero sí, y en estos casos con su floreo extemporáneo nos están enviando mensajes. Con flores nos están diciendo que ellos también sienten que algo anda mal.

No es que no sepamos de este mal. Es más bien que no queremos atenderlo debidamente. Por ello, de seguir así, dice Eduardo Galeano, llegará el día del Juicio Final, pero no el que dice el catolicismo que es asunto de Dios. Este otro Juicio Final será cuando “todos seamos interpelados por fiscales que nos señalarán con la pata o con la rama, acusándonos de haber convertido el reino de este mundo en un desierto de piedra”. Será entonces cuando “un alto tribunal de bichos y plantas (dicten) sentencia de condenación eterna contra el género humano”.

Mientras tanto, constatando ese desinterés, como si tuviéramos tiempo de sobra, con parsimonia, como si hicieran falta más evidencias, los gobernantes siguen afirmando estar preocupados por los resultados de los estudios que los científicos siguen haciendo para relacionar lo que para la gente común y con igual sentido es una realidad cotidiana: estamos en la era del colapso climático. Las primaveras y las jacarandas floreando en invierno y nuestros cuerpos son termómetros más atinados que los tecnológicos. Pero esa información de primera mano hasta el momento solo nos ha llevado a sentir y reconocer el efecto, pero no la causa; a sentir, pero no a actuar. A conocer su origen, pero no tanto sus múltiples consecuencias en la salud de todas las especies que habitamos esta geografía, en esta ecología-mundo.

No esperemos ese otro Juicio Final. Antes originemos lo necesario para que tanto las primaveras, como las jacarandas, floreen cuando debe ser, según el mandato de la naturaleza y sus estaciones.

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