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10 de mayo no es de fiesta; es de lucha y de protesta

Para miles de madres en México, el 10 de mayo se ha resignificado como un día para exigir la búsqueda de sus familiares. Les es imposible celebrar y recuperar el sentido de normalidad, y mediante las manifestaciones mantienen viva la esperanza y luchan contra el olvido y la normalización de la problemática de desaparición.

Este año, familiares de personas desaparecidas a lo largo del país han reiterado las mismas exigencias de fortalecer acciones de búsqueda y efectividad de las investigaciones, además de recordar una deuda pendiente de implementar de manera efectiva los marcos jurídicos en materia de desaparición.

Asimismo, su mensaje consideró la actual coyuntura de transición política, solicitando que su causa no se convierta en botín político, y “no sea utilizada en el contexto de estrategias comunicacionales de denostación y ataques durante las campañas electorales”. En la carta abierta del Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México, dirigida a los partidos políticos y actores que participan en la vida pública, se indicó que su responsabilidad “trasciende su afinidad política y debe priorizar el bienestar de la población”, exigiendo el cumplimiento de sus obligaciones y avances en el acceso a la verdad y justicia, independiente de un periodo de gobierno específico o un partido político.

También observamos cómo este día de manera cada vez más frecuente varios colectivos de familias eligen aislarse, o realizar actividades privadas, prefiriendo enfrentar su dolor de manera solitaria, sin que el mismo sea más expuesto y politizado.

Este 10 de mayo se sintió diferente en Jalisco. En un estado que ocupa el primer lugar a nivel nacional en cuanto al número de personas desaparecidas, con antecedentes de manifestaciones con participación de miles de personas, en un día tan relevante y simbólico, salieron a las calles a marchar sólo alrededor de 200 personas.

En muchas ocasiones, incluso en este espacio, he compartido reflexiones sobre la apatía e indiferencia social, sin embargo, acompañar la marcha de este año para mí resultó impactante y generó aún más interrogantes sobre las razones de esta situación. Esta mínima presencia de la sociedad preocupa y hace cuestionar nuestras habilidades sociales de empatía y solidaridad.

¿Será que, ante la magnitud de la problemática, aprendimos a normalizar la situación o incluso perdimos nuestra capacidad de indignarnos? ¿Será que desconfiamos de la eficacia de herramientas de participación y exigencia ante demasiadas convocatorias a marchas y manifestaciones, mismas que además son reprimidas, ignoradas y recibidas con vallas? O, ¿será el desgaste provocado por las autoridades, que han instrumentalizado la causa de desaparición y vulnerado las luchas de las familias, reforzando conflictos y estigmas, lo que nos ha dificultado generar más empatía? Las preguntas sobran, y sin duda, el abordaje debe ir mucho más allá.

El simbolismo del 10 de mayo por más de una década se ha convertido en un digno testimonio y legado de la lucha de las familias quienes en muchos momentos han caminado solas, sabiendo que, si ellas no buscan, nadie más lo hará. Sin embargo, incluso en la carta mencionada nos piden honrar ese día, y no olvidarlo tanto en tiempos electorales como después “para que nunca más ninguna madre en México deba salir a buscar”.

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