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Fomentar la lectura, un buen legado

Fomentar la lectura es uno de los mejores legados. Promoverla como un agradable hábito puede comenzar en la casa, en las aulas de alguna escuela, con amigos que comparten gozos o descubrimientos, o en situaciones diversas o incluso raras. Cada quien tiene su historia personal acerca de cómo nació su gusto de leer; y de las razones para continuar haciéndolo una parte o toda su vida. Una de las múltiples expresiones amorosas es alentar en otros el placer por los libros y la lectura, un regalo que no se agota.

Las primeras obras en nuestras manos pueden ser el inicio de una pila de libros que se acomoda en algún rincón, para tal vez continuar creciendo hasta colocarlos en uno o más libreros. El relato personal de nuestro paso por la vida puede contarse en función de la historia de los libros leídos y amados; de los anidados en nuestro librero interior. Eso me recuerda al lector que escribió en la dedicatoria a su pareja: “Que sea el primer libro de la biblioteca que haremos juntos”.

En buena parte somos un gigantesco rompecabezas con tantas piezas como libros pudimos disfrutar, uno tras otro, mientras delineamos o amoldamos nuestro ser completo; ese, que algún día traspasará la frontera de la vida, pero no como un huérfano o una persona solitaria, sino acompañado de las lecturas que nunca nos dejaron solos. Porque antes de partir hacia otro mundo habremos conocido cientos o miles de realidades a las que nos introducimos a través de páginas y más páginas. Los libros son mundos abiertos en espera de exploradores.

Heredar a los hijos, nietos, sobrinos o amigos cercanos el placer de oler, tocar, observar, sentir el peso y textura de los libros para, enseguida, recorrer su contenido es proporcionar un viaje quizá sin boleto de regreso. Cada obra es una segura vía de tren que atraviesa diferentes y desconocidas estaciones ferroviarias; una brecha de selva en la que tal vez debemos abrirnos paso en medio de la espesura; una carretera con muchas curvas que suben o bajan y obligan a disminuir o aumentar la velocidad; la calle empedrada de un pueblo o la pavimentada de una ciudad por la que caminamos a oscuras o iluminados; un camino al borde de un abismo o la orilla de una playa, en la que dejamos nuestras huellas en la arena, acariciados los pies por mansas olas.

Los libros son aventuras por sortear, dudas que atenazan, hallazgos que sacuden, mudras con más colores que un arcoíris, locuras que locuran, acertijos de crisis, imaginaciones de la ficción real, refugios que protegen de fantasmas, genios escondidos en lámparas, intimidad pública del autor, mantras tejidos con frases, asomos a perspectivas iluminadoras, hojas rayadas con marca textos, manos cariñosas que guían, asomos para elevarse, miedos magnéticos que seducen, escenas de películas desconocidas, encuentros con uno mismo y otros. En un mundo que cuenta muertos, los libros son millones de vidas. Protegerlos es proteger al ser humano. Amar los libros es un acto de amor propio.

Por eso, disfrutemos la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Heredemos libros.

X: @SergioRenedDios

jl/I