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Cuatro

Nací la madrugada de un lunes. De un lunes 2 de noviembre, para ser precisa. Dice mi mamá que lo último que recuerda antes de mi nacimiento era el grupo Menudo cantando en Siempre en Domingo, ese programa estelar vespertino-nocturno que acompañó la televisión mexicana bastantes años. Después, poco sabe.

Casi me muero yo y casi se muere ella. Así lo he escuchado relatar en no pocas ocasiones, en comidas familiares. Mi mamá dice que lo primero que recuerda después de mi nacimiento era yo, a lo lejos, balando como un borreguito. La coincidencia no es fortuita: ella, media drogada tras un complicado procedimiento, me veía a un lado de un peluche ochentero de un borrego blanco, de ojos entrecerrados y pestañas largas que me acompañó desde ese momento y aparece en varias fotos que existen en los álbumes cuarentones que tienen la misma o más edad que yo.

Mi acta de nacimiento dice que nací en Guadalajara. Eso es mentira. Nací en un municipio de la rivera del mar chapálico, donde venden deliciosas nieves de garrafa y humeante birria con tortillas recién hechas. Hace años que no regreso. La última vez fue hace unos seis años. Volé un papalote y comí nieve de vainilla con membrillo. En esos momentos de mi vida quería morirme. ¡Qué romántico habría sido morir donde nací!

Haber nacido el Día de Muertos siempre ha sido una experiencia agridulce para mí. Y siento que, con los años, en vez de convertirse en algo más fácil de asimilar, se vuelve más complicado, porque las muertes son más conscientes, más adultas, más unidas a nuestro propio final terrenal.

La primera noticia de una muerte cercana fue la de mi abuelo. Yo era una niña de 6 años y en primero de primaria que recibió la noticia de boca de su madre en la puerta de la casa de los abuelos, vestida con un vestido rosa de bolitas negras y unos zapatos negros de charol. ¿Cómo puedes entender la muerte si ni siquiera tienes edad para entender de qué va la vida?

Pasaron muchos años para que yo recibiera la segunda noticia, devastadora y lapidaria. Yo era una adulta de 35 años que, en el consultorio médico, a solo dos semanas de parir, conoció la noticia de que el corazón de su hija ya no latía. ¿Cómo te debes hacer a la idea de la muerte cuando te estabas preparando para la vida?

La tercera noticia llegó a mediados de enero. Yo tenía 36 años. Recibí una llamada de mi mamá para decirme que mi abuela había fallecido. Yo, en la recámara de mi casa, comencé a llorar. Y lloraba no por ella, que a sus más de 90 años tuvo una familia y una vida en general afortunada, a fuerza de trabajo e inteligencia, sino lloraba por nosotros, los vivos, que teníamos una parte de ella. ¿Cómo aprendes a vivir de un momento a otro sin alguien que nos ha acompañado toda la existencia?

La última noticia llegó apenas hace unos meses, con mis 41 años encima. En mi celular apareció un mensaje la madrugada del 21 de marzo. Mi tío, hermano de mi mamá y de mi tía, había fallecido después de un par de días en los que todos en la familia nos manteníamos con la esperanza de que su corazón decidiera quedarse con nosotros. ¿Cómo haces para reconocer que la llegada del final puede ser sin aviso y que te puede dejar con tanto por decir atorado en la garganta?

Escribo esto de madrugada. Formalmente tengo 42 años. Pienso en la muerte de formas tan distintas y hasta contrastantes. El pan de muerto, el cempasúchil, el papel picado, las calaveritas de dulce, los altares, el azahar, las catrinas, los días más cortos, las noches más largas… El recuerdo, los dolores, la nostalgia, el cariño, la añoranza, el amor, el duelo, las lágrimas, los silencios…

Y en medio de todo esto, un pastel de cumpleaños.

El mío.

X: @perlavelasco

GR