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Órdenes ejecutivas

Hace apenas una semana que Trump asumió el poder y tengo de la sensación de que ha pasado mucho tiempo. Ha sido tal el alud de noticias, decisiones, comentarios, temores y construcción de expectativas, que en una semana parece haberse escrito lo que en otra situación llevaría meses o incluso años.

Es evidente que la nueva Presidencia norteamericana representa una amenaza para el mundo y especialmente para México. Comparto el pesimismo sobre las implicaciones de su gobierno en términos de sufrimiento para la población migrante, de riesgos arancelarios, posibles intervenciones militares, daño ambiental para el planeta, discriminación de género, etc. Sin embargo, también me parece que no podemos ver a Trump sólo como la posible causa de terribles males, sino también como resultado de deterioros políticos y económicos de largo plazo.

Si Trump llegó no es porque los norteamericanos hubiesen estado muy contentos con el gobierno que le precedió. La debilidad de la administración Biden, junto el inevitable ascenso de China como la gran potencia mundial, generó una gran herida en los Estados Unidos y, como fiera lastimada, la reacción es feroz. En cuanto a los mexicanos, no hemos logrado reducir nuestra brutal dependencia ante Estados Unidos, y eso nos coloca en una situación de especial fragilidad en todos los planos.

El asunto que más ha impactado en estos primeros días del nuevo gobierno norteamericano es, sin duda, la cuestión migratoria. En particular, habrá que atender tres tipos de población:

En primer lugar, la que resulte deportada a México, sea o no mexicana. Será imposible establecer una caracterización general de esta población. Habrá una inmensa diversidad de perfiles, oportunidades y riesgos. Desde un gran cúmulo de trabajadores capacitados que podrían favorecer nuestra economía, pero también desplazar a trabajadores locales, hasta personas que efectivamente puedan representar un alto riesgo delincuencial. Desde niños de origen mexicano que nunca hayan hablado español, hasta partes de familias divididas por las decisiones en Estados Unidos. Desde personas que permitan reunificar hogares y construir vida colectiva, hasta población que no logre adaptarse al retorno.

En segundo lugar, los habitantes de México –sobre todo joven– que tienen pretensiones de emigrar y quedarán impedidos por la política del “quédate en México”, sellando la frontera con todo tipo de Fuerzas Armadas. El crecimiento anual de la población económicamente activa en México es de alrededor de 800 mil personas al año, en tanto que la emigración a los Estados Unidos supera los 200 mil. La “válvula de escape norteamericana” frente a la presión por conseguir empleo en México quedará no cancelada, pero sí reducida. E implicará la necesidad de establecer una estrategia de generación de empleo mucho más amplia que lo que tradicionalmente ha sido en México.

El tercer grupo masivo es la población transmigrante. Las caravanas provenientes de Centroamérica (pero de muchas regiones más), en busca de un mejor vivir hacia los Estados Unidos, tendrán mayores dificultades para lograr su objetivo, una parte de tal población quedará varada en México.

Más allá de lo que siga haciendo o deje de hacer Trump… ¿Qué estrategia podemos construir en México hacia estos tres grupos? El nuevo Plan de Desarrollo de México debería responder a ello, como un aspecto central de los próximos seis

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GR