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Planear en medio de la incertidumbre

El término estrategia tiene un origen militar. La estrategia de una batalla no se refería a cómo se utilizarían solamente la infantería, la caballería o la artillería u otro tipo de fuerza o armamento, sino a la articulación entre todos los elementos disponibles, considerando las condiciones del contexto, las fuerzas y posibles decisiones del oponente. Con el paso del tiempo el término estrategia dejó de ser exclusivamente militar y comenzó a integrarse al lenguaje común en múltiples campos, desde deportivos hasta económicos y políticos.

El próximo 28 de febrero el Poder Ejecutivo entregará al Congreso el nuevo Plan Nacional de Desarrollo 2024-2030. Deberá de ser la visión estratégica de la presente administración. Sus ejes generales son Gobernanza con justicia y participación ciudadana (eje político), Desarrollo con bienestar y humanismo (eje social), Economía moral y trabajo (eje económico) y Desarrollo sustentable (eje ambiental). Ellos deberán articularse con tres ejes transversales: Igualdad sustantiva (género), Innovación para el desarrollo tecnológico y Derechos de las comunidades indígenas y afromexicanas.

Visto a nivel de los grandes enunciados de los ejes, difícilmente pueden precisarse contenidos e históricamente los planes nacionales han sido cuestionados por su amplia retórica y poca operatividad. La estrategia parecería quedarse en el papel, o ahora en los archivos electrónicos, y tener poca posibilidad de orientarnos en el camino que sigamos. ¿Cómo hacer que eso cambie?

En economía, la crítica a la planeación estratégica frecuentemente se acompaña de la opinión de que el Estado debe dejar que “los mercados” definan lo que producimos, la manera en que se reparte la riqueza, la concentración del poder entre empresas, territorios y personas o la forma en la que consumimos. Un exponente caricaturesco de esta perspectiva en el presidente argentino Milei, quien plantea destruir al Estado desde adentro del Estado. Sin embargo, sus opiniones afectan la situación de una sociedad, como con su interpretación del futuro de una criptomoneda (memecoin).

Pensar que el mercado de manera autónoma y automática orienta racionalmente las decisiones de los seres humanos supone ubicarnos en una ley de la selva, en la que las condiciones de poder de cada quien imponen las relaciones que existan entre todos. El deterioro ambiental, la violencia, la concentración de la riqueza, la pobreza o la violencia social nos son ajenos a esta visión individualista de las relaciones humanas.

Charles Bettelheim definía al proceso de planificación como el paso de las leyes del mercado al de las leyes de los seres humanos, para poder vivir juntos y mejorar nuestra condición de vida colectiva. Por ello la planeación se trasladó de las economías centralizadas (especialmente en la época de la Unión Soviética), a las economías de mercado (como en el caso francés) e inclusive a los sistemas de las Naciones Unidas. Los planes de desarrollo pueden quedarse en rollo, pero el desarrollo requiere saber lo que queremos y cómo nos planteamos llegar a eso que queremos. Nuestro contexto global, ambiental, con Trump, con nuestras grandes dificultades y conflictos internos, vuelven muy compleja la operatividad de la planeación, pero es necesario que nos propongamos un camino para enfrentar todo ello. Eso tendría que ser lo que se refleje en nuestra planeación estratégica.

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