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¡No!, al aumento
Me dijeron no negociar con Salinas Pliego
¿Le daría usted de comer a las personas que más quiere algo que sabe que les va a hacer daño? Supongo que no. ¿Y qué haría si la persona encargada de preparar los alimentos para sus seres queridos no le pudiera garantizar que no están sucios o contaminados con algo dañino? ¿Se los daría? ¿Se arriesgaría? ¿Y si existiera la posibilidad de que sufrieran un daño irreversible?
Ese tipo de preguntas sustentan la obligación de las autoridades sanitarias de garantizar la inocuidad de nuestros alimentos, es decir, de hacer todo lo posible para evitar que lo que comemos nos cause daños en vez de nutrirnos y ayudarnos a mantener nuestra salud. Por eso la garantía de inocuidad es parte del derecho humano a la alimentación adecuada.
Comento esto porque en estos días se reavivó la discusión en torno a lo que se debe hacer con los cultivos transgénicos, es decir, aquellos basados en semillas a las que se les han incorporado genes provenientes de otras especies, de manera que se le agregan propiedades que no podría haber adquirido de manera natural, a diferencia de las semillas obtenidas por el cruce de polen entre ejemplares de la misma especie para obtener plantas con características más deseables, haciendo lo que ocurriría en la naturaleza, pero de una manera dirigida, que es el procedimiento que la humanidad ha utilizado por miles de años para domesticar plantas y animales.
La polémica es el resultado no deseado de la decisión de López Obrador de firmar el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), a costa de lo que fuera, y sin ponderar las posibles implicaciones perjudiciales para nuestro país de lo ahí acordado, que incluye una política engañosa que favorece a las grandes industrias, incluyendo la de las semillas.
Debido a eso, cuando López Obrador trató de prohibir la importación de maíz transgénico, con el fin de proteger la salud de quienes consumimos alimentos producidos en México, las empresas que lo producen demandaron que se demuestre “científicamente” que los alimentos transgénicos son peligrosos para la salud. La exigencia parece razonable, pero no lo es.
Digo que no es razonable porque en cuestiones de alimentación, dado que de hecho es mucho lo que aún desconocemos sobre la manera en que funcionan los genes, y la forma en que se pueden propagar de una especia a otra, en realidad la exigencia debería ser a la inversa: se debe demostrar científicamente que los alimentos transgénicos son inocuos.
Es decir, la carga de la prueba debe estar sobre quien los produce, no sobre quien los consume. Y esto debe ser así, porque es muy difícil dar seguimiento a los efectos del consumo de ciertos alimentos en la población abierta, y, por lo tanto, resultaría prácticamente imposible demostrar que ciertos efectos negativos en la salud de las personas son resultado de haberse alimentado por años con transgénicos.
Por otro lado, hay evidencias científicas de que los genes introducidos en ciertas variedades de maíz se pueden propagar a otras a través del polen. Y si a eso le agregamos que el polen es capaz de viajar cientos de kilómetros aprovechando el viento, resulta que sembrar plantas transgénicas en un cierto lugar puede servir para contaminar irremediablemente a las demás plantas.
Y con esto vuelvo a las preguntas que planteé al principio, ¿se arriesgaría usted a permitir que sus seres queridos ingieran alimentos que no sabe si son inocuos? ¿Aceptaría arriesgarse a que desarrollen enfermedades que no conocemos, y para las cuales no habrá tratamiento, porque no tenemos el suficiente conocimiento para desarrollarlo?
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