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Memoria y antimonumentos

La vida no es la que uno vivió,

sino la que uno recuerda y

cómo la recuerda para contarla

Gabriel García Márquez

 

La memoria, como plantea el escritor colombiano Gabriel García Márquez, es fundamental para darle sentido a la existencia y a la propia historia. Lo que recordamos, y la manera en que lo recordamos, define en buena medida la manera en que nos enfrentamos a nuestra existencia. De hecho, los procesos terapéuticos implican en ocasiones traer a la consciencia asuntos olvidados, o complementar los recuerdos con otras perspectivas, y ese proceso es el que permite sanar a las personas, y aprender a existir de una manera diferente.

De la misma manera, las sociedades dan sentido a su historia, y crean un sentido de unidad y de pertenencia, a partir de la narración de los hechos, y su evocación por medio de diversas expresiones que pueden perdurar en el tiempo, más allá de la palabra y la mera memoria subjetiva, como son las pinturas, las esculturas y los monumentos.

Pero, así como en la vida de las personas a veces hay cicatrices que sirven de recordatorio de situaciones dolorosas, y favorecen la adquisición de experiencia y evitar la repetición de errores, también en la historia de las sociedades hay sucesos que merecen recordarse, para que eso no vuelva a ocurrir, y esto puede hacerse de dos maneras: los monumentos y los antimonumentos.

Los monumentos suelen ser una expresión social, llevada a cabo por medios institucionales, que reflejan un punto de vista respecto a la situación evocada, que le da sentido. Los antimonumentos, en cambio, son una expresión de protesta de una parte de la sociedad respecto a situaciones que aún no se resuelven, pero que son motivo de continuo sufrimiento, por lo que su presencia es un recordatorio doloroso de una herida social aún abierta. Por ejemplo, el que se colocó en la Ciudad de México evocando la desaparición irresuelta de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa; o el que se encuentra en Guadalajara, enfrente de su presidencia municipal, recordando los feminicidios impunes, que continúan ocurriendo en nuestra ciudad y estado.

Es claro que los antimonumentos son molestos para las autoridades porque les recuerdan que no han hecho bien una parte de su trabajo; sin embargo, en una democracia se toleran porque se reconoce la necesidad de la crítica, ya que, si se atiende, contribuye a mejorar el desempeño de las instituciones públicas.

Por eso llama la atención de que las autoridades del estado de Jalisco y del municipio de Guadalajara no hayan concedido ni siquiera 24 horas de existencia al antimonumento colocado en el Centro de esa ciudad como parte de la conmemoración de los tres años del denominado Halconazo tapatío, en el que varias personas, en su mayoría estudiantes de la Universidad de Guadalajara, fueron secuestradas y torturadas por personal de la Fiscalía General del Estado de Jalisco para disuadirlos de continuar con las protestas por la ejecución extrajudicial de Giovanni López, quien había sido detenido arbitrariamente por policías municipales de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco.

Esto llama la atención, especialmente porque, en el momento de los hechos, el actual gobernador atribuyó el halconazo a integrantes de la delincuencia organizada infiltrados en la Fiscalía. ¿Será que esos infiltrados siguen ahí y no quieren que la sociedad lo recuerde? ¿Tendrán tanto poder como para tratar de manipular la memoria social utilizando las instituciones públicas? ¿O todo esto es un mero error de manejo de crisis por parte del gobierno? Necesitamos rendición de cuentas al respecto.

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