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Una visión distópica

Cuando uno recorre los pasillos y stands de una feria internacional del libro no deja de sorprenderse del gran atractivo que tiene la literatura distópica sobre los jóvenes centenial y algunos adultos milenial.

El nuevo libro de Adam Kirsch, titulado La revuelta contra la humanidad, es un libro muy corto, que trata de una idea muy simple: “El fin del reinado de la humanidad sobre la humanidad”.

La lectura de este texto nos lleva a la certeza que el cambio climático es real y que la acción humana es la culpable, aunque algunas personas como el presidente electo Javier Milei lo niegue. Las inundaciones, los incendios y todo tipo de fenómenos meteorológicos devastadores son la evidencia.

Entre las nuevas generaciones, el cambio climático se está poniendo como razón para renunciar a tener hijos, y se está dando una obsesión por la tecnología que libere los límites humanos para hacer viable la vida cotidiana en este planeta.

En la actualidad, los llamados a reducir las emisiones y la disminución del consumismo irracional son considerados con burlas y derrotismo, y ciertamente, las soluciones políticas están muy lejos de lo que se necesita.

En consecuencia, los activistas climáticos ven a la humanidad en peligro y también como una fuente de peligro. “Nos estamos destruyendo a nosotros mismos y al planeta, y no sólo estamos haciendo poco para detenerlo, sino que aparentemente sólo estamos empeorando las cosas”.

Argumenta Kirsch que los antihumanistas se preguntan ¿por qué intentar salvar el planeta para la humanidad? Y más bien, ¿por qué no intentar salvar el planeta de la humanidad?

Un gran número de personas preocupadas por el cambio climático han cambiado su comportamiento, por ejemplo, con actividades personales y familiares, como la utilización del transporte público, reciclando o siendo más conscientes de lo que compran.

Pero el cambio en el comportamiento individual no es suficiente, porque el cambio climático es impulsado por el comportamiento a gran escala de las grandes corporaciones y los gobiernos.

“Culpar a la humanidad en general por el cambio climático excusa a aquellos individuos y grupos específicos que son realmente responsables”, expresa.

Las corporaciones y gobiernos que están destruyendo el planeta culpan a los colectivos y los acusan de “antihumanistas”, y pueden seguir con su visión de la realidad como de costumbre, con el pretexto de que la propia naturaleza humana es la culpable del cambio climático y que hay poco o nada que las empresas o los gobiernos puedan o deban hacer para detenerlo, ya que, al fin y al cabo, son sólo humanos.

Kirsch menciona a la joven Greta Thunberg, la activista medioambiental sueca, y la ve como una oponente de los antihumanistas: “Los discursos de Thunberg son llamados a la acción, lo que implica que hay que tomar acciones correctivas y que la gente es capaz de llevarlas a cabo. El estado del planeta revela que la humanidad es esencialmente destructora y lo ha sido desde el inicio de su aparición en el planeta”.

Esta visión de que la humanidad es esencialmente destructora lleva del antihumanismo al transhumanismo, donde la visión transhumanista establece que la especie humana debe ser reemplazada.

Para muchos sociólogos el transhumanismo ofrece, ante la catástrofe humanitaria, una opción más esperanzadora. En lugar de simplemente dejar ir a la humanidad al caos, los transhumanistas proponen que seamos reemplazados por algo mejor.

Concluye Kirsch que “la humanidad ha llegado a un punto en el que nuestro poder tecnológico amenaza con destruirnos. Pero si este poder continúa creciendo al mismo ritmo que lo ha hecho durante los últimos 200 años, se convertirá en el medio de nuestra salvación”.

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