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El abogado de los amparos
Porque nos la quitaron
James Lovelock comienza su libro (Pertenecemos a Gaia) preguntándose por qué orinamos los humanos. ¿Cuál es la función ecológica que cumple nuestra orina? El nitrógeno que expulsamos –aclara– es utilizado por las plantas para transformar el carbono de la corteza terrestre en su beneficio con la ayuda del sol; y al combinarse con el oxígeno, éste logra regular su inflamabilidad, ya que con un porcentaje mayor a 21 por ciento quedaríamos exterminados por el sol (de ahí la importancia de no sobrepasar los límites impuestos por la naturaleza). Pero ¿cuál es entonces el mecanismo que mantiene la atmósfera en un “dinámico estado estacionario” propicio para la vida?
Desde una perspectiva ecológica de la evolución, Gaia es la teoría que explica la indisoluble ecodependencia que existe entre lo vivo (microorganismos, plantas y animales) y lo no vivo (tierras, agua o atmósfera). Gaia se comporta como un sistema fisiológico que se autoorganiza en conjuntos de redes multinivel para garantizar unos parámetros óptimos de vida. Sin embargo, no es que la vida se adapte al medio (como lo plantea el evolucionismo), sino que la vida misma es la que va construyendo el territorio, adaptándolo para que pueda florecer. Gaia es una totalidad, autorregulada y autorregulante que se comporta como una criatura extraña que improvisa su propio desarrollo mediante la constante creatividad de la evolución y la autotransformación. No persigue una finalidad específica, sino que va adaptándose a las condiciones de cada momento y a las nuevas formas de vida que van apareciendo.
La Tierra es el único planeta habitado que ha logrado regular el clima y la composición química de su atmósfera gracias a las interacciones de los seres vivos con el medio ambiente, gracias a Gaia. Lo vivo y lo no vivo son inseparables.
Sabemos que pertenecemos a la Tierra y que la subsistencia como especie depende de adecuarnos a las condiciones que nos impone el planeta. Sin embargo, aunque nos ofrece posibilidades para habitarla, hoy está enferma. La elevación de su temperatura como en cualquier ser vivo es síntoma de los males que la aquejan. Pero Gaia no se comporta de manera pasiva. Genera mecanismos para contrarrestar el ecocidio que le estamos provocando.
La organización sociopolítica actual le ha declarado la guerra a la Tierra decretando que unas formas de vida son más valiosas que otras (desapareciendo especies, por ejemplo). Más aún, si entendemos que lo vivo es inseparable lo no vivo, ¿cómo es posible que en una sociedad “civilizada” se toleren situaciones como los hechos de violencia ocurridos en Teuchitlán? ¿Qué le sucede a Gaia al sentir en sus entrañas los restos de personas incineradas o cuando el Rancho Izaguirre es denominado “campo de exterminio? Aquí, la racionalidad ambiental que tanto se pregona ha quedado desdibujada, los valores que cohesionan a las comunidades se han erosionado, la necropolítica se pasea sin escrúpulos entre criminales organizados y autoridades negligentes. Nuestra desconexión con la Tierra recala en los cuerpos frágiles y limitados de las personas que ahí se encontraron.
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jl/I