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En automático

Soy una gustosa consumidora de series y películas y, como así me acostumbré, intento verlas en su idioma original, sin importar cuál sea; claro, con subtítulos en español. Hay algo en los idiomas ajenos que me fascina, me emociona y pienso en lo bonito que sería hablar muchos de ellos y comprender el mundo a través de cada uno.

Hace algunos años, en la FIL 2012, conocí a un traductor/intérprete que se dedicaba a la subtitulación de películas. Me contó a grandes rasgos su trabajo, como que en realidad muchos chistes, dichos o particularidades no podían traducirse, pues de hacerlo literalmente no tendrían sentido, o el mucho cuidado que se le ponía para entregar un producto a la altura de lo que la persona que hizo el guion o dirigió la película hizo en el idioma original para su obra.

Y en el doblaje, actores y actrices preparados por años para poder darles voz y vida a cientos de personajes que han pasado frente a nuestros ojos.

En los últimos años he notado una enorme disminución en la calidad de los subtítulos. Algunos son sumamente obvios y otros solo puedes entenderlos si sabes algo del idioma en el que está hablada la producción del caso. La inconsistencia de géneros o números (se refieren a una mujer y en el subtitulaje está en masculino), la mala interpretación de una palabra sencilla o, de plano, una frase que no se sabe de dónde salió o que puede cambiar el sentido completo de la conversación.

El año pasado vi la película The Party (Sally Potter, 2017) que hace el juego de significado de las acepciones en inglés de party: partido político y fiesta. Hay un momento crucial donde a la protagonista se le recuerda y cuestiona el trabajo que hizo para abrir espacios para las mujeres en el partido (party) en el que milita, pero en el subtitulaje usaron todo el tiempo en esa escena la acepción fiesta, dejando la discusión totalmente sin sentido alguno. En mi cabeza no cabía que a un traductor o a un equipo de tales se les pasara tremendo detalle, esencial para la historia.

Ello, a su vez, me llevó a pensar en el voraz consumo que hacemos de estos productos y cómo los estudios, las plataformas, las productoras han tenido que usar otros recursos (no necesariamente traductores, intérpretes, correctores y revisores profesionales) para poder darse abasto y complacer a todo el mundo, vía herramientas como la inteligencia artificial (IA), y los traductores y el subtitulado automatizados, muchos de ellos seguramente con poca o apresurada supervisión humana final que entienda los contextos y las sutilezas de los idiomas.

En mayo pasado la plataforma Amazon Prime se vio envuelta en un escándalo por hacer doblajes con IA: planos, sin intención, con pausas raras, sin cadencia. Pero ¿cómo, si no así, es que nos pueden dar gusto a todos, devoradores insaciables de contenido?

La próxima vez que vean una serie o peli en una plataforma dejen los créditos y vean en cuántos idiomas está doblada o subtitulada.

Extraordinarios profesionales apenas consiguen trabajos mal pagados, sin poder competir con la velocidad de una IA o un sistema automatizado. Y en el camino vamos perdiendo la belleza de los idiomas.

Sus matices.

X: @perlavelasco

jl/I